Hay días en que me resulta completamente imposible escribir más allá de un email.
Mis mañanas, mis lunes, sobre todo, son de escribir. Me sale solo, casi sin pensar, pero conforme avanza la semana me voy volviendo más y más obtusa.
No sé cómo soy capaz de levantarme una hora antes para hacerlo.
Es un ritual, todos tenemos rituales. El mío cada día es ese.
Algunos días con más tiempo, otros con menos, pero siempre araño 20, 30, 40 minutos antes de ponerme en marcha.
Pero no me sale hacerlo para el deporte. Debería. Mi hombro, siempre contracturado, mis tobillos, que tantos esguinces han sufrido, mi espalda… No puedo, no soporto el deporte. Nunca fui deportista, y si alguna vez termino siéndolo, será a la fuerza, cuestión de salud.
No me produce ninguna satisfacción el correr por correr. En cambio, tengo momentos de euforia cuando hilvano un texto coherente. Es absurdo, lo sé, no soy Faulkner, y lo que yo escriba en mi vida no pasará a los anales de la literatura, ni mucho menos del periodismo. Pero a mí me pone, oiga. Siento que el engranaje diario, la maquinaria diaria de «ducha-metro-bus-curro-bus-metro-cena-dormir», se para por un momento para dejar pasar las ideas, esas que, si las dejas «para luego», ya nunca vuelven.
A veces las ideas cruzan mi cabeza a una velocidad endemoniada, y me gustaría que existiera algún recurso tecnológico (aún no inventado, y espero de corazón que nunca lo hagan) para poder atraparlas y retomarlas más tarde.
Para esto se crearon los diarios personales, y luego los blogs, para atrapar esas ideas y que no se perdieran.
Como en todo, hay quien tiene más talento que otros para poner en palabras sus pensamientos. Por eso en la blogosfera hay quien destaca y quien está ahí, entre millones, anónimo, sin gracia, sin llamar la atención.
Hay quien, pese a ser un genio literario, no busca que le conozcan. Hay quien, aunque en público afirme que «no le interesa el reconocimiento, porque no vive de esto», en privado pierde -literal y literariamente- el culo porque le jaleen, le pidan opinión, o hasta le publiquen un simple tuit en un medio impreso.
Estos últimos, personalmente, me producen más lastimica que otra cosa, porque por lo general se construyen un personaje en las redes, que poco o nada tiene que ver con su realidad, y eluden ponerse cara frente a sus admiradores. Pero, más tarde o más temprano, alguien termina mirando tras la cortina, y los trucos del Mago de Oz se descubren, con sus miserias y sus limitaciones.
Aspirar a conseguir lo que uno desea en tan humano como lícito. Lo que nos distingue a unos de otros es la manera de conseguirlo.
Si quieres ser periodista de moda, empieza por el principio. Leer a Suzy Menkes no hace que se te pegue su talento. Estudia, fórmate, sé humilde, agradece las enseñanzas, los apoyos… hasta las zancadillas. No critiques a esos que ocupan el puesto que tú deseas, porque es poco profesional y porque algún día, si lo haces bien, serán tus compañeros y, créeme, no te habrán olvidado.
Y, sobre todo, porque cuando seas capaz de escribir igual de bien sobre un reloj de Armani que sobre un desfile de Desigual, cuando seas capaz de crear tu propio discurso, y no el mismo que han lanzado otros, ese día, maldecirás tu suerte por estar en ese puesto que tanto deseabas, porque es más que probable que te toque reescribir tres veces un artículo sobre lo mona que iba la princesa Letizia con su vestido de Zara.