La última colección que ha presentado Jean Paul Gaultier hace unos días en la semana de la moda de París es una revisitación de sus prendas fetiche y sus iconos de belleza. La muestra que, desde el 6 de octubre hasta el 6 de enero, se puede ver en la Fundación Mapfre, celebra sus 35 años en la profesión. Pero ni una ni otra son simplemente un homenaje o una retrospectiva. Me explico:
Dice Suzy Menkes en su texto para el catálogo que Gaultier supo dejar claros sus códigos desde el principio. Y, añado, en todo este tiempo no ha hecho otra cosa que perfeccionarlos, concretarlos y adaptarlos a cada presente.
Esto, a simple vista, podría parecer poco apropiado para un diseñador, siempre preocupado por lo nuevo y por adelantarse al futuro. Pero es que, si nos paramos a pensarlo, Gaultier no hace moda, Gaultier reflexiona sobre el vestido a través del vestido. Por eso, y mientras sus reivindicaciones no queden obsoletas, puede permitirse vivir en un presente eterno, ajeno a los vaivenes de la industria.
En otras exposiciones basta con contemplar los vestidos para apreciar la maestría del creador y sus aportaciones a la historia de la moda. Sin embargo, en esta ocasión quería asistir a la rueda de prensa para ver a Gaultier explicar el por qué de su producción, tan distinta y a la vez tan reconocible, tan icónica.
Llegó sonriente, divertido y cercano, explicándose en tres idiomas (un castellano que en realidad es italiano, mezclado con francés) pero haciéndolo mejor que muchos que sólo utilizan uno:
“No soy un artista (esto no es falsa modestia), hago lo que me gusta: reflexionar sobre lo que pasa en la sociedad, me inspira el arte pero sobre todo las particularidades de las personas que ve” “ La belleza está en todo, sólo hay que entrenar el ojo para verla”
Lo que en boca de muchos podría sonar a tópico, en su caso no lo es en absoluto. Sus vestidos son bellos por desbordantes, desproporcionados, y chocantes, es decir, justo por las razones opuestas por las que normalmente consideraríamos algo bello. Pero tampoco son feístas, porque su intención no es exaltar lo feo por su fealdad, sino lo diferente por su valor novedoso y enriquecedor.
Y no hay mejor forma de argumentar sus denuncias sobre la uniformidad de lo bello y de plasmar la importancia de la diferencia que a través del cuerpo vestido. Explorando los límites que la cultura y la moda nos han impuesto a través de la moda misma.
“Me interesan las fronteras entre el buen gusto y el mal gusto, entre lo pobre y lo rico… es lo que me gusta hacer”
A lo largo de la exposición esta afirmación queda más que clara. Sus miriñaques de denim o sus chaquetas punk hechas de cristales prueban que utilizar materiales inesperados en prendas clásicas hace que cambie completamente la percepción de las mismas. Como cambian las ideas preconcebidas sobre temas tan recurrentes como la religión o el (manidísimo) mestizaje al ver sus sensuales Inmaculadas o sus Rabinos Chic.
O los corsés, ahora tan de moda. Sobre ellos, Gaultier afirma que “es la realidad de la sociedad la que me ha hecho mostrar algo que era tabú” Y así, haciendo de una prenda interior algo exterior, despojándolos de su función primigenia y convirtiéndolos en vestido, en cinturón o en mero adorno, es como Gaultier rompió el tabú: si el corsé antes estaba mal visto por ser la prueba más clara de la opresión femenina, con Gaultier (y Madonna) se convierten en objeto de deseo y símbolo de poder.
Mujer sujeto y hombre objeto. Pero no feminizado, quizá vestir al hombre de mujer y a la mujer de hombre es quedarse en la superficie. La falda masculina, afirma, la compran los heterosexuales porque ellos no tienen que demostrar su masculinidad. Son los roles culturales y las expectativas asociadas a cada género lo que le interesa: cosifica al hombre y le atribuye todos los rasgos comúnmente atribuídos a la “mujer bella” para cuestionar no su masculinidad, sino su papel en la sociedad.
Al oírle hablar (más de una hora) uno se da cuenta de que no le mueve ni la creación por la creación ni el deseo de embellecer, sino una fascinación por lo diferente que le acompaña desde niño. Todo, por el mero hecho de estar en el mundo y poder ser contemplado, es potencialmente bello para Gaultier. Hasta las latas de conservas son bellos brazaletes africanos.
De niño dibujaba dos colecciones al año, alucinaba a partes iguales con las vedettes y con los trajes de luces de los toreros, contemplaba los rituales de belleza de su abuela (y musa) y reflexionaba sobre el cuerpo poniéndole pechos cónicos a su osito Nana, presente en la exposición.
Por eso, decía al principio, su exposición no es un homenaje ni una retrospectiva, porque sus inquietudes y su forma de ver la moda son las mismas desde que era un niño y seguirán estando presentes en todos y cada uno de sus vestidos. Y por eso, decía también al principio, su labor no es la de un diseñador de moda al uso, porque en Gaultier nada ha cambiado: mismas ganas, mismas motivaciones, mismos códigos. No puede pasar de moda lo que no tiene intención de ponerse de moda. Él dice que no es un artista, y puede que tenga razón. Plasma reflexiones, como los artistas, pero en vestidos que muchos han llevado y seguirán llevando, lo que le aleja de la gratuidad y la contemplación artística.
De ahí que con su obra, que no es moda, pero tampoco es arte, no se haya hecho una exposición al uso. Ese recurso tan frecuente ahora de colocar los vestidos dentro de un museo como si fueran cuadros no funciona con Gaultier. Sus creaciones nacen de las dinámicas sociales, al incluir lo que normalmente está excluído, al darle voz a lo marginal. Y así se presentan en esta “instalación” (como prefiere llamarla su comisario): sobre maniquíes móviles, que se giran o desfilan, y con caras proyectadas, que hablan, gesticulan e incluso cantan. Gaultier diseña sobre y para lo vivo, por lo que el fundamento de esta muestra debe seguir siendo ese, la vida.
Y como no es un homenaje, sino más bien una declaración de intenciones y una reflexión sobre los eternos códigos que cuestiona este creador, los trajes no están dispuestos cronológicamente sino agrupados en torno a las temáticas que le obsesionan desde siempre: su Odisea particular llena de vírgenes, tribus indígenas, marineros y sirenas. Su tocador plagado de corsés y prendas interiores, ahora exteriores. Sus reflexiones sobre la piel, los tatuajes y el cuerpo con sus imperfecciones. Su ansia por hacer emerger las subculturas, los grupos marginales y las tribus urbanas. Su pasión por la ciencia ficción, el artefacto y la distopía, de “La ciudad de los niños perdidos” al “Quinto Elemento” pasando, cómo no, por sus colaboraciones con Almodóvar.
Todo encaja, todo tiene vida y todo es dinámico en el espacio que la Fundación Mapfre ha reservado a Gaultier. No es moda, tampoco una exposición, así que mucho menos podrá ser una exposición de moda, pero nunca se habían visto unas ideas tan claras y tan bien plasmadas en la ropa. No les cuento más, vayan a verla y saquen sus propias conclusiones.
por Leticia García Guerrero
Fotos: Martín M. Aleñar