No soy de las que odian la Navidad. Me regalan cosas, me enclaustro a ver pelis, todo el mundo abraza la botella y los hidratos de carbono (lo que consigue que una vez al año no me sienta culpable por hacerlo todos los días pares) y me enternece ver cómo los bienpensantes que nunca salen de fiesta, ni gastan de más, ni dicen una palabra más alta que otra, acaban subidos a la barra de un bar de la Latina en sus cenas de empresa, se gastan 40 euros en un roscón y reprochan a sus primos putadas de la adolescencia durante la cena. Mi espíritu navideño florece cuando veo a los reprimidos perder los estribos y enrollarse tiras de espumillón al cuello. Soy una sentimental.
Es más, no odio la Navidad porque me reporta esa dosis vitamínica de kitsch, horrorvacui y barroquismo mal entendido que alimenta a mentes retorcidas como la mía. Ayer, paseando por el centro de Madrid, veía ese árbol y esas luces apagadas que más que celebrar fechas señaladas parecen sacadas de un ambiente distópico rollo “Mad Max y la cúpula del trueno” y empecé a salivar pensando en todas las incoherencias decorativas, estilísticas y metafísicas que nos esperan. El maximalismo navideño me asusta y enamora a partes iguales, por eso, aunque luego me vean echan pestes vía Twitter, quiero confesarles que hay diez momentos estéticos fundamentales que ansío contemplar secretamente, como cada año:
- Brocadito: este momento suele estar patrocinado por Blanco (su tienda enemiga) porque esos vestidos cortísimos estampados a lo sillón Luis XVI sólo son posibles en este maravilloso establecimiento. La americana tapizada, un palabra de honor inspirado en el Renacimiento tardío. Pensar que la elegancia está íntimamente ligada a la dinastía Tudor. Balmain de barrio una vez al año.
- Medias transparentes: que, como dice la Rae, fijan y dan esplendor a los muslos invernales. Nunca, bajo ninguna circunstancia, ese brillo perlado ha favorecido a nadie. Y, sin embargo, en Navidad se produce una fascinante correlación entre vestido de fiesta y pantis cristal. Como si las medias tupidas fueran de pobres.
- Anna dello Russo: o el tocado más grande que tu cabeza. El otro día pensaba “¿Quién narices se va a comprar la colección de Anna para H&M?” Seré idiota… ¡las que maquinan el look de Nochevieja tres meses antes! Esas que en junio ven un vestido de lentejuelas verdes con plumas y cremalleras y piensan “me lo pillo para Nochevieja” Anna no es tonta, Anna ha visto target.
- Buscando a Susan en el cotillón desesperadamente: momento patrocinado por H&M, que, de un tiempo a esta parte, cree firmemente en la vuelta de la Madonna de los ochenta en bodas, bautizos, comuniones y cotillones. Tutús, faldas con tutú, mangas con tutú, pantalones con tutú. Tachuelas encima de lentejuelas, tachuelas en los zapatos, sudaderas con tachuelas y tutús, encajes con tachuelas encima del tutú…
- Clutch: probablemente sea el complemento más funcional que nos ha dado la moda. Si tienes iPhone, no te cabe en el clutch. Si fumas tabaco de liar, no te cabe en el clutch. Si usas gafas, la funda no te cabe en el clutch. Pero ¿adónde vas sin clutch, alma de cántaro? ¿no querrás ponerte una bandolera con ese vestido? ¡Ese vestido brocado te pide a gritos un clutch! Todo el mundo sabe, además, que el clutch se coge como si estuvieras empuñando una espada láser o acabaras de robarle el bolso a una señora, depende del look que quieras conseguir.
- Bodypainting: la luz de nuestras casas se oscurece en estas fechas, por eso los espejos no reflejan tan bien como el resto del año. Ellos tienen la culpa de que el smokey eye se convierta en puñetazo, el colorete en grumo y el maquillaje en cemento armado. No hay nada más enternecedor que ver a una mujer pintada como una puerta acabar como un cuadro de Pollock mientras come gambas.
- Norma Duval: ella es la gran inspiradora de uno de los must de estas fiestas: media transparente, sandalia, minivestido y abrigazo de pelo. Yeti por fuera en bikini por dentro. Neanderthales con tanga de paillettes. Riesgo de amputación pero los riñones me los abrigo, que cojo frío.
- Hannibal Laguna: no es que el diseñador sea un must navideño, pero su imaginario me viene a la mente cada vez que contemplo ciertos estilismos. Moño italiano con lentejuelas es Hannibal Laguna, vestido tornasolado con zapatos a juego es Hannibal Laguna, dorados drapeaditos es Hannibal Laguna, la gala de los Goya reproducida en una bar de Huertas es Hannibal Laguna.
- Blanco artificial: no hablo de su tienda enemiga, hablo de la manía recurrente de tunear fotos, salones, tarjetas, paredes con nieve artificial. Por situación geográfica, no creo que nevara a tope en el portal de Belén. En Madrid, desde luego, cuando nieva no cuaja. Entiendo que la nieve artificial ilustre las fotos y las prendas de invierno, pero no entiendo por qué sólo se usa en Navidad. Me gustaría ver a esos que decoran las ventanas con spray blanco pasando el fin de año en el Hemisferio Sur y ver cómo se las apañaban.
- Vietnam: pero lo que más me gusta de la Navidad es ver cómo todo lo anterior acaba en tragedia. Las medias rotas, el rimmel corrido, las converse puestas a las 6 de la mañana con un vestido brocado, el moño deshecho, las piezas del tocado esparcidas por la Gran Vía. El momento devastación me hace sentir una compasión que pocas veces siento a lo largo del año. La solidaridad con las víctimas es uno de los sentimientos navideños más bonitos que existen.
Por eso, yo, que paso de looks, tendencias y streetstyle, una vez al año miro egoblogs para deleitarme secretamente. Todos somos quien no somos y damos rienda suelta a nuestros guilty pleasures en Navidad, ¿no?
por Leticia García Guerrero