La pesadilla recurrente de cualquier aspirante a famoso, modelo, socialite o a comebolsa-de-disco (ahora llamados it-boys o it-girls), es que un enorme seguridad le diga en la puerta de un club (y delante de todos su fans): «You’re NOT in the list».
En el Club Silencio tienes un 100% de posibilidades que te ocurra esto si no cumples uno de estos tres requisitos:
1) eres uno de los socios
2) eres un invitado de uno de los socios o del propio Club
3) eres Madonna (aunque tendrás que demostrarlo, me temo, y no sirve marcarte el Vogue en la puerta)
El Club Silencio es lo más selecto (en cuanto a clubs) de todo París. No podrás entrar si no estás en su reducida lista, esa que consulta en un iPad el elegantísimo jefe de puerta. Y no es para menos. Entre su exclusiva clientela se encuentra toda la modernidad de la ciudad. Actores y actrices, súper modelos, directores de cine, bookers, artistas, diseñadores de moda, editores de revistas… Por eso está prohibido hacer fotos o grabar en el interior. Cuidadito si lo intentas, porque aparecerá un amable (y enorme) seguridad y te dirá, también con mucha amabilidad, «je suis desolé pero te vas a comer la cámara».
Si te fascina el universo Lynch, esto para tí será el paraíso. Eso sí, no te pienses que te vas a encontrar ni con el enano de Twin Peaks ni con gente más raruna de lo normal. Algún personaje hay, como parte más del atrezzo del local, haciendo el numerito de andar para atrás y cosas así.
Conforme van pasando los minutos, la fascinación inicial va dejando paso a un “pues bueno…”, para terminar con un “pues no es para tanto, oye” Todo el personal viste de negro. Las luces son indirectas y el local destila diseño en cada uno de sus rincones. Desde el closet, donde unas guapísimas señoritas te entregan una tarjeta con un número y te piden tus iniciales, para que las indiques cuando vayas a recoger tu abrigo, hasta el barman o la encargada de los baños, el dress code del personal es estricto.
La barra es preciosa, y es casi el espacio más abarrotado del local, que antes de las 00:00 es sólo para socios. Quizá por la hora, quizá porque el único barman no tenía demasiado tiempo para elaborar cócteles más complicados (o eso nos dijo), nos tuvimos que conformar con el simple pero exquisito gin tonic (a 35 pavazos, eso sí).
Muchos, pero muchos de los clientes del local estaban bebiendo champagne. ¡Qué sofisticado, cómo se nota que esto es París! Error. La mayoría estaba bebiendo champagne porque la copa costaba «solo» 15 euros. Ay, amigo, la crisis. Sofisticados pero no tontos, es muy parisino este detalle. Qué espabilados.
Llegamos a tiempo para escuchar una actuación en directo (no, no puedo decir cómo se llama el grupo y no puedo poner fotos). Unos chavales muy majos, jóvenes y talentosos, a los que unos pesadísimos clientes no nos dejaban escuchar como es debido. La mala educación existe en todas partes, y por lo visto el champán la propicia.
Una vez terminada la actuación y apuradas las copas decidimos que el garito estaba muy bien para ir una vez y decir «yo estuve en el Club Silencio de París», pero que tampoco era para tanto.
Si os invitan (y si el que os invita es, un suponer, Vicent Cassel o Oliver Zahm, y pagan ellos las copas), no dejéis de ir. Pero tampoco os muráis de envidia si alguien os comenta o se tiró el rollo en su blog de que entró en este súper selecto club. Tengo entendido que hay marcas que hacen tournés de blogueras, y les hacen descuento de turista para que entren en grupo, como los autobuses de japoneses. Tienen que estar fritos los de la puerta, pobrecillos.
En fin, mu rico tó, pero nos vamos al hotel a dormir, que estoy muerta.