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Desde bien pequeño me ha gustado madrugar, sobre todo en otoño, cuando la luz es perezosa, e ir viendo cómo, poco a poco, las habitaciones de las casas de los demás van naciendo. Los primeros recuerdos que tengo acerca de mi admiración por el despertar de la mañana vienen de muy temprano. Siempre me levantaba antes de tiempo, iba a la cocina, y apoyaba la barbilla sobre las manos cruzadas, sentado con los pies sobre un taburete de pesada madera y asiento de cuero verde botella claveteado. Y esperaba mientras observaba todo.