
Sabía desde hace tiempo que nuestra historia terminaría pronto, pero el principio del fin se precipitó mucho antes de lo que yo hubiera pensado. Eran las siete de la tarde del sábado, los días de abril estaban discurriendo tan cálidos, delicados y luminosos que invitaban a aprovecharlos hasta el ocaso. Yo permanecía estática, apoyada en la baranda del balcón, mirando fijamente al lago del horizonte. De fondo sonaba la trompeta de Miles Davis. El aire olía como a uvas. Fingí no escuchar su pregunta.