
Abro los ojos, me siento aturdida, el zumbido en los oídos, la vista nublada, cierta desorientación. Ante mí, paredes blancas. Una puerta cerrada. Sombras a mi alrededor. Y las sombras se tornan personas, algunas sonrientes, otras como si estuviesen en un funeral. En mi funeral. Una chica de pelo rojizo y ondulado, con un cabestrillo en el brazo, se acerca a mí. Habla pero no la oigo. Tampoco oigo lo que dicen los demás.