Vestir de negro, los labios rojos, los pitillos ajustados, el color del pelo, todo forma parte de nuestra identidad. Desde la post adolescencia luchamos por hacer de nosotros mismos (como La Agrado de Todo sobre mi madre) eso que siempre quisimos ser.
A veces la vida nos pide un cambio, pero nos resistimos a dejar atrás todos esos pequeños detalles que nos hacen únicos, como nos resistimos a tirar revistas viejas u objetos que guardamos vete a saber por qué, porque a ojos de cualquier extraño no serían más que basura.
A mí con Antonia me pasa una cosa, que ha sido objeto de discusión no pocas veces con Latrece Catorce (amiga, antonia y estilista de la publicación): me niego a cambiar el logo de la cabecera. Lo he hecho más pequeño, más grande, de colores, siempre negro… Pero hace seis años que decidí qué cara iba a tener esta hija mía, y no quiero cambiarla. Porque creo que es una cuestión de identidad, de branding.
Podemos cambiar la plataforma, el modo de presentación de los contenidos, hasta la periodicidad, pero si cambiamos quién es Antonia, ya no sabremos quiénes somos ni de dónde venimos. Porque hay cosas que podemos tirar a lo largo de nuestra vida, que echaremos seguramente de menos en muchas ocasiones, aunque sabemos que están perdidas para siempre, pero hay otras que siempre nos acompañan.
Lo siento, querida amiga, Antonia sigue teniendo su cara, porque hay que saber conservar lo que uno es frente a lo que uno se pone.