Y sí, hemos vuelto. Estamos en casa. En esta época de secuelas, precuelas, reboots y todas esas cosas, Antonia ha regresado. Volvemos, ¿para quedarnos? No sé. Sí sé que ahora estamos aquí, y eso me basta.
Hace años, aquí mismo, escribí sobre las segundas partes y su mitología. Que si nunca son mejores, que si la palabra secuela ya de por sí se asocia a enfermedades, esas cosas.
Hoy no quiero hablar de continuaciones. Me gustaría hablar de nuevos comienzos.
Estoy un poco cansada de las sagas fast food. Me refiero a esas series de películas estilo Los juegos del hambre, Divergente, incluso mi amado (sí, me encanta) Harry Potter está en la lista. Qué manía, gente, de alargar ad infinitum estas franquicias, pero si hasta el término franquicia es de fast food. Nunca es suficiente con las tres películas de turno, una por libro. La nueva onda es que el último libro lo hacemos en dos películas, para que nos dure más el negocio.
Hasta Peter Jackson, que tan prolijamente logró meter los tres tochos de libro de El Señor de los Anillos en tres tochas películas, años más tarde cayó en la tentación y metió El Hobbit, (que hasta donde yo sé es un sólo libro más corto que cualquiera de las partes de El Señor de los Anillos) en otras tres partes.
Con las tropecientas películas de Los Vengadores, y Thor, Capitán América, y no sé cuál más ya ni me meto. Me parece una locura. No me voy a poner a analizar cada una de ellas, por empezar porque no las vi todas, pero además porque no estoy hablando de las películas en sí, sino del concepto de estirar y eternizar.
Aparte de esto están los llamados reboot, eso es cuando haces un nuevo lanzamiento de una serie de películas con otro reparto, otro director, etc. Por ejemplo lo que hicieron con Spiderman, cuando la última de las tres películas de Sam Raimi apenas tenía cinco años, salió The Amazing Spiderman. Y van a ser otras tantas, ¡o más! No sé hasta dónde es negocio. Supongo que dinero da, si no, no lo harían. Eso está claro. Pero también da pereza.
No importa cómo las llamemos, para mí son todas continuaciones. Da igual en qué orden cuentes la historia, van una tras otra y el espectador las percibe así. Yo no puedo borrar de mi cabeza lo que sé de algo y ver lo mismo pero contado de otra manera sin tener en cuenta lo que vi antes. O sea, como dice un personaje en un comic de Adrian Tomine: «los reinicios siguen siendo secuelas».
Dicho todo esto, lo que me molesta son las continuaciones no orgánicas, por llamarlas de alguna manera. Pero de este último tiempo voy a rescatar dos continuaciones que, por motivos sentimentales y porque son buenas, me llegaron al corazón.
Una de ellas es Creed. Soy fan de Rocky, no me avergüenza admitirlo. La primera me parece una película excelente, un clásico absoluto. Las continuaciones, cada una a su manera, tienen algo emblemático. No olvidemos que «Eye of the tiger» es de Rocky III, y en Rocky IV, como diría mi hermano, él sólo termina con la guerra fría. Es muy grande, Rocky. Comencé a ver Creed como fan, sin esperar mucho más que divertirme un poco y regodearme en lugares comunes. Pero me gustó mucho. Me parece una película que sabe cómo utilizar esos lugares comunes de forma efectiva, con honestidad.
Los personajes son interesantes, no planos. Me gustó mucho que se detenga en las relaciones entre ellos, que es la base de la primera película. La humanidad detrás del tirar puñetazos y correr por Filadelfia. Además, cuando ya pensabas que no podían mostrar una pelea de otra forma, tiene un combate rodado en plano secuencia que es increíble.
La otra película es, por supuesto, Star Wars: El despertar de la fuerza. Sé que tiene sus detractores, es inevitable, pero a mí me parece no sólo una digna continuación, sino una gran película en sí misma. Me enamoré de Rey, otro personaje femenino interesante para acompañar a Leia. Recupera todo eso que hacía que me emocionara cuando era pequeña y el corazón me empezaba a latir con fuerza en cuanto se apagaban las luces del cine. Es verdad que, yendo a lo exclusivamente sentimental, haber visto la primera Star Wars siendo una niña, y ver esta última con mis hijas de la edad que tenía yo en ese momento, suma. Es una experiencia que va más allá de la película en sí.
Pero es eso, ¿no? La experiencia. Creo que ya lo dije otras veces, pero si me voy a repetir que sea hablado de continuaciones. El cine es la experiencia, no sólo la película en sí. Es dónde, cuándo y con quién la vemos.
Con las continuaciones es también esa sensación de volver a casa. Al lugar que recuerdas pero siendo otro. Como volver a escribir para Antonia. Es como volver a abrir la puerta de la casa a la que vas siempre en las vacaciones. Huele a recuerdos, pero también es la emoción de lo nuevo. Las aventuras que te esperan.
Es la emoción de ver a Han Solo, ya mayor, diciendo: Chewie, estamos en casa.
Inés González.
Uno de los momentos más encantadores que tengo es el de haber sido la persona que llevó por primera vez al cine a la sobrina de mi entonces novio. Esa carita y esas idas y venidas al baño porque estaba nerviosa, no las olvidaré jamás. La película en cuestión era la primera de la saga de Madagascar, pero eso… qué importa!
Totalmente, ir al cine con un niño es casi mágico (a riesgo de sonar cursi)