Ahora que se viene la vuelta al cole, me pareció que era el momento adecuado para recordar una de las mejores, si no la mejor, peli de cole. Me refiero, por supuesto, a The breakfast club, también conocida como El club de los cinco. Advierto que la película me encanta y que me pondré sentimental. Dicho esto, el que quiera seguir leyendo lo hace bajo su propia responsabilidad.
Creo que es totalmente innecesario recordar el argumento. Lo haré de todos modos: Cinco chicos de 17 años son castigados a pasar todo el sábado en la biblioteca del colegio. Cada uno de ellos representa un estereotipo de la adolescencia, la princesa, la loca, el deportista, el empollón y el delincuente. A lo largo del día, descubrirán que tienen mucho más en común de lo que parece a simple vista.
Amada por millones de personas, reconocible sólo con una imagen, imposible cambiar de cadena si la pillamos por sorpresa en la tele, homenajeada hasta el hartazgo en cine y televisión (en este momento recuerdo referencias a ella en Futurama, Dawson crece, Urgencias, Go, Dogma, Padre de familia… Seguramente hay muchísimas más). El club de los cinco sigue siendo, casi treinta años después, un referente de las películas de adolescentes y un clásico.
¿Por qué esta película logró hacerse con ese espacio en al historia del cine? Solo puedo dar mi humilde opinión. Porque al utilizar estos cinco estereotipos como punto de partida, poco a poco vamos descubriendo a cinco personajes tridimensionales, con contradicciones e inseguridades. Sobre todo, vamos enamorándonos de estos cinco chicos que tienen tanto en común con nosotros mismos, independientemente de la edad que tengamos.
Es verdad que también es la quientaesencia de la película ochentosa. La ropa, el pelo, la música. Pero fue quizás una de las primeras películas populares, no pretenciosas, en las que se dio a los adolescentes el lugar protagónico para desnudar sus almas, para expresarse con honestidad, dejándolos hablar de lo que sienten, sin juzgar, sin condescendencia. Una historia en la que los adolescentes son tratados con respeto.
La historia es simple, pero lo que la hace maravillosa es que está llena de humor, drama, ternura, pasión y sobre todo verdad. No creo exagerar cuando digo que es la mejor película de John Hughes, y también que los cinco actores serán inevitablemente recordados por estos papeles.
Todo esto es a causa de esa conjunción casi mágica que se da en toda película que se transforma en un clásico. John Hughes, que escribió muchos guiones de muchas películas, la verdad, mediocres, también es autor y director de un puñado de películas que en lo años ochenta se centraron en los adolescentes como personajes ricos y profundos. Además de El club de los cinco están La chica de rosa (de esta solo es guionista), Dieciséis velas y Todo en un día.
Los cinco intérpretes, Molly Ringwald, Ally Sheedy, Judd Nelson, Anthony Michael Hall y Emilio Estévez, también se transformaron por esta y otras películas de la época, en íconos. Eran actores que tenían (más o menos) la edad de los espectadores, pero sobre todo que vivían historias en las que se podían ver reflejados, que mostraban su día a día, dándole la impronta dramática y cómica que se merecían, sin menospreciar.
Tuve la suerte de ver El club de los cinco siendo adolescente, en la época del VHS. Desde entonces he vuelto a verla muchas veces más. La primera vez, fue todo un descubrimiento, parecía la película de mi vida, aunque no tenía nada que ver con mi instituto ni con mis amigos. Pero está llena de momentos y de frases que se quedaron conmigo, y con mucha gente, para siempre. Mi favorita es la que dice en un momento Ally Sheedy «Cuando creces tu corazón muere». Cuando a continuación le preguntan «¿Y a quién le importa?», ella dice «A mi me importa». A mi también. En ese momento, y aún ahora. No hay por qué dejar que el corazón muera con los años.
Es verdad que nos podemos volver más cínicos, que podemos perder esa sensación de eternidad o de posibilidades infinitas que tenemos a los 17 años, pero no por eso estamos dejando morir a nuestros corazones. Los estamos llenando de vida, de experiencias, de sensaciones, de la posibilidad de decir que la única forma de que el corazón muera es que deje de importarnos.
Es por eso que, cuando siento que mi corazón está en peligro de muerte, siempre puedo recordar a Judd Nelson levantando el brazo triunfal, mientras suena «Don’t you forget about me», entonces, mientras mi corazón se llena de vida, pienso que por supuesto que no, nunca me olvidaré de ellos cinco. Nunca me olvidaré de mi corazón.
Inés González.