Festival de Teatro Clásico de Mérida

A veces hay que considerar a las artes escénicas como deportes de alto riesgo. Si, queridos, tal cual; porque celebrar el Festival de Teatro Clásico en la yerma Mérida durante el verano sobrepasando los 40 grados a la sombra casi no lo soporta ni un jiennense de pura cepa como es el que aquí os relata. Al llegar el tórrido verano extremeño, cerveceras y hosteleras se van frotando las manos ante la inminente llegada en masa de aquellos que quieren disfrutar de al menos una de las tragedias griegas de todos los tiempos. Este año Antonia se ha querido desplazar hasta la capital de Extremadura para demostrar que no sólo vamos a Festivales de Música y moderneo, que también vamos a Festivales de eso que llaman “la cosa culta” y que tanto gracia nos hace. Lo curioso es que tanto rollo histórico, tanto patrimonio sobrexplotado y tanto mamarracherío nos ha dejado un sabor de boca extraño, algo parecido a la digestión de un bocadillo de chorizo de cantimpalo con mermelada de higo (que es muy de la tierra).

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La representación que elegimos fue Bacantes, de Eurípides, sin duda alguna la mejor de las ofertadas. La historia narra la venganza que el dios Dioniso lleva a cabo por la muerte de su madre y contra aquellos que no le reconocen como dios. Para ello y a través de sus rituales, organizará una gran bacanal con objeto de ofrecer en sacrificio a su primo Penteo, gobernador de Tebas y principal detractor. El final lo podréis encontrar en cualquier librería o, con suerte, el año que viene en Mérida en el caso de que seáis capaces de soportar el clima africano.

La puesta en escena la verdad es que era bastante acertada para una pieza como esta, con una escenografía casi inexistente pero visualmente efectiva. El juego de algunos efectos especiales como el fuego o el doble suelo solucionan en la mayor parte de las ocasiones la paupérrima iluminación (recortes, malditos recortes). Críspulo Cabezas resuelve maravillosamente a un Dioniso mundano y terrenal, totalmente verosímil y con un trabajo de texto que, por fin, deja de ser de la vieja escuela. En general la interpretación es aceptable y la dirección es buena. Alvarez Ossorio ha sido capaz de transmitirnos el espíritu del dios y el sentir de Tebas, dirigiendo un trabajo grupal de cuerpo complicado y cuyo resultado ha sido limpio (fuera de todo pronóstico). Aunque lo que realmente nos ha fascinado es la mutación de esta puesta en escena en una rave griega. Luces de discoteca, laser, flashes y musicón, mucho musicón. El trance de las bacantes se convierte en una rave alocada donde el tufo a ghb y extramonio impregna el aire y nos hace hasta bailar. Impresionante.

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Y junto con las luces vienen las sombras. Lo primero que quiero decir es que llegar a las instalaciones de uno de los teatros romanos mejor conservados del mundo y encontrarme semejante profanación publicitaria me provocó una nausea tan grande que ni Sartre habría sido capaz de describirla. Por otro lado, me parece estupendo que la Junta monte dentro del milenario teatro un bar chic de mojitos y gintonics donde los modernos, los pijos, los gayfriendly y los “atope a tope en el cupboard” se junten para charlar de sus cosas; pero que a cada piedra haya una barra de verbena que ofrezca bocadillos de chorizo y cerveza y tu no puedas entrar ni con unas patatinas pues me parece un horror inenarrable. A ver si lo entiendo… “Si mancháis el teatro que sea con algo que habéis comprado dentro”. Si a esto le juntamos el nivelazo de borriquerío que había en las gradas, de marujas aburridas y chonis que visten lacostes haciendo fotos o tomando videos en mitad de la representación (lo que me parece la peor falta de respeto del mundo) el resultado es demencial. Menos mal que la capacidad de abstracción aun la dominamos, o eso creemos

Zäpp Amezcua

 

Fotos Jero Morales. Festival Teatro Clásico de Mérida