Amo a los vampiros. Eso es algo que no se puede evitar. Me parecen personajes fascinantes, complejos, que tratan temas trascendentales para el hombre, como el paso del tiempo y lo que ello implica, la violencia, la sensualidad, el poder. Eso, como suele ser, es cuando están bien representados, en la literatura, en el cine o en el medio que sea.
Quizás por eso, cuando hace años estaba mirando libros infantiles, otra de mis debilidades, en una tienda, me crucé con un libro que no me sonaba de nada pero que rápidamente capturó mi atención, y pensé que ese era el libro que me hubiera gustado que me regalaran cuando tenía 14 años. Me refiero a Crepúsculo. En cuanto pude, me hice con el libro y lo leí. Ya en la segunda página, mis expectativas fueron defraudadas. Estaba ante una historia ñoña de adolescentes insoportables. Cuando lo terminé, sí, me lo tragué hasta el final, pensé que quizás si hubiera tenido 14 años me habría gustado. Luego recordé que libros me gustaban a los 14 y concluí que, con mi fervor adolescente, lo hubiera odiado aún más. Decidí no leer los siguientes libros, son cuatro en total, simplemente porque la vida es muy corta.
Al poco tiempo comencé a ver ejemplares de Crepúsculo en manos de toda la gente que viajaba en el Metro. Y todos sabemos lo que eso significa: libro masivamente leído en el Metro = película a la vista.
Inevitablemente, la película llegó, y luego su segunda parte, Luna Nueva. Ahora se estrena Eclipse, la tercera parte y pronto seguirán las dos partes, hay que hacer caja, de Amanecer, el capítulo final de la ampulosamente titulada Saga Crepúsculo.
¿Por qué me resultan tan insoportables Crepúsculo y sus secuelas? (Aclaro que las pelis sí me las vi, al fin y al cabo duran dos horas cada una, y la vida también es larga, como dicen en la maravillosa Magnolia).
Primero porque la protagonista, Bella, es una pesada. Es el arquetipo de damisela en apuros, siempre en peligro aposta para que venga el vampiro o el hombre lobo de turno a salvarle el culo. Para colmo, Kristen Stewart, la actriz que la interpreta, es muy mona y medio me gustaba en películas como Panic Room o Adventureland, pero en esta, al quinto encogimiento de hombros ya me dan ganas de abofetearla.
Por otro lado, los vampiros buenos, chupadores de sangre de animales para no matar humanos, son unos pesados. Hasta Anne Rice se dio cuenta, y después de Entrevista con el Vampiro, dejó al deprimido Louis en segundo plano y se centró en el carismático Lestat en las siguientes Crónicas Vampíricas. Así y todo, comparado con Edward, Louis es lo más.
Edward es lo peor de las películas. Dejando de lado que es un viejo verde (parecerá de 17, pero la verdad es que tiene más de 100 años y le molan las adolescentes), es un conflictuado, aburrido, con el estilismo capilar de un fan de Tokio Hotel. Prefiero a los vampiros “malos”, por lo menos tienen mejores peinados.
A Jacob, el hombre lobo, lo voy a dejar en paz, por lo menos sabe arreglar coches y motos.
De todos modos, lo que más me molesta es el clima de culebrón que se respira a lo largo de las películas y lo pesado de los típicos clichés de película de adolescentes yanqui. El instituto, el baile de fin de curso, ¡el baseball!
Lo curioso del fenómeno Crepúsculo, es que generó una especie de revival del mundo chupasangre. Ahora veo muchos libros para adolescentes que imitan el diseño de portada de Crepúsculo. Hace poco pude ver un par de capítulos (no soporté más) de una serie titulada “The Vampire Diaries”, de Kevin Williamson, el creador de Dawson Crece, no sé si hace falta decir más. Todo esto, aderezado con la invasión ocular de camisetas, mochilas y demás con la cara de los protagonistas.
Lamentablemente, son películas tan superficiales y facilotas como estas las que despiertan el amor del público, sobre todo cuando Crepúsculo prácticamente convivió en los cines con la bellísima Déjame Entrar, en la que las temáticas de los vampiros y de la adolescencia, son tratadas con una profundidad y una altura que ya nos gustaría ver más seguido. Pero claro, esta es una película sueca y más “de pensar”. Sin embargo es mucho más entretenida y da más miedo que Crepúsculo.
De todas maneras, para el que quiera ver una película divertida de vampiros adolescentes malotes, con peinados chulos, y que, a diferencia de Bella, saben montar en moto, recomiendo desempolvar la ochentosa The Lost Boys (Jóvenes Ocultos).
Creo que estos chupasangres de pacotilla, como Edward y su pija familia vampírica, deberían recordar para qué se transformaron en muertos vivientes, o para qué deberían haberlo hecho en primer lugar.
Si no es así, les recuerdo el tagline de The Lost Boys: “Duermen de día. Se divierten toda la noche. No envejecen. Nunca mueren. Es divertido ser un vampiro”.
Inés González