El fin del mundo como lo conocemos

Si es cierto, como creían los mayas, que el mundo se termina en el 2012, tenemos la suerte de estar disfrutando del último mes del último año completo de la vida en el planeta Tierra. De esta leyenda se hacen eco varias personalidades, comenzando por comunicadores de la conspiranoia como el simpático Íker Jiménez, o cineastas oportunistas como Robert Emmerich. Incluso el fin del mundo encontró su lugar en la obra cinematográfica del cineasta danés más neurótico: Lars von Trier.

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La realidad es que Lars no necesita el fin del mundo propiamente dicho para que sus películas tengan un tinte apocalíptico. Disfruta de rodar dramas desgarradores, y sobre todo de hacer sufrir a sus personajes. Muchas veces he oído comentar que es un misógino, por lo que hace sufrir a las mujeres. Es cierto, tanto Emily Watson en Rompiendo las olas, o Nicole Kidman en Dogville, o Björk en Bailar en la oscuridad lo pasan fatal. Pero Willem Dafoe no lo tiene nada fácil en Anticristo. Sí, es verdad, en Anticristo también Charlotte Gainsbourg sufre que te cagas. En fin, que a Lars von Trier le gusta la tragedia.

Dogville

En su última película, Melancholia, no tiene suficiente con hacer sufrir a Kirsten Dunst, nuevamente a Charlotte Gainsbourg, e incluso a Keifer Sutherland (que ya venía entrenado de pasarlas canutas como Jack Bauer, solo que en esta no se puede cargar a ningún terrorista), sino que además, ya que estamos, decide hacerle pasar un mal momento al planeta entero. Para ello, cuenta una historia en la que un planeta llamado Melancolía está a punto de chocar contra la Tierra y directamente cargársela.

Dicho así, se podría pensar que estamos ante otra película de destrucción masiva del planeta. Pero no. Estamos ante otra película de Lars von Trier. En Melancholia, el fin del mundo es un tema muy presente, pero lo que se cuenta es principalmente una historia de personajes. De muy pocos personajes, aunque comienza con una boda por todo lo alto. La historia es prácticamente la relación entre dos hermanas. Una de ellas con depresión, la otra hermana mayor y madre, que intenta cuidar de la pequeña y no caer ella misma en la desesperación, a la vez que el mundo se desmorona, literalmente.

A mi modo de ver, lo más hermoso de la película, es ese equilibrio entre los dos personajes. Como cambian y evolucionan en tan poco tiempo, como se relacionan entre ellas, la aceptación o el terror ante lo inevitable. Me parece maravilloso como logra, esa intimidad, esa introspección de los personajes. Para eso, el director decide contar la historia en tres partes, muy parecida a la estructura de Anticristo. Primero, un prólogo preciosista, de imágenes ralentizadas y música omnipresente. En segundo lugar, una primera parte, en la que las hermanas están solas con sus neuras y, a pesar de estar rodeadas de gente, nadie parece comprenderlas. Finalmente una tercera parte, en la que con poquísima gente, cada una de ellas se enfrentará a su manera al fin del mundo, nada menos.

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Melancholia, como las otras películas de Lars von Trier, tiene una cualidad que yo aprecio muchísimo cuando voy al cine: se queda contigo. Quizás al verla la reacción no es tan visceral, como por ejemplo con Rompiendo las olas o Dogville, pero pasan los días y sigues pensando en ella. No hay tantos cineastas que hayan logrado crear un universo tan personal a nivel visual y narrativo, que consigan mantenerse experimentales dentro de la industria y los grandes festivales de cine, que logren hacer con una película básicamente lo que les apetece. Todo eso me parece admirable.

En un párrafo aparte, literalmente, está Lars von Trier como él mismo. Si bien estoy convencida de que debe ser una persona insoportable, ha logrado a lo largo de su carrera ser un personaje en sí mismo. Se sacó de la galera el Dogma, lo impuso y sigue vigente. Es sabido que tiene fobia a volar, con lo cual rueda hasta sus películas más americanas en Suecia o donde sea. Cometió la bestialidad de declararse simpatizante Nazi en el último Festival de Cannes, en el que lo nombraron persona non grata. En fin, no sé como lo consigue, pero siempre se habla de él, y es un fenómeno mediático en si mismo. Todo eso me parece fascinante.

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En medio de un mundo por momentos tan tibio, rodeados de la magia consumista comercial navideña y la histeria de fin de año con sus insufribles comidas por obligación. En momentos así, uno puede llegar incluso a agradecer que el fin del mundo sea cierto. Lo que yo considero que se agradece en todo momento, es una película que no te lo de todo servido en bandeja.

Y para los que realmente piensen que el fin del mundo es una realidad, en especial a los que por el motivo que sea estén forzados a pasar por el centro durante las fiestas, les dejo una luz de esperanza: este será el último Cortilandia que tengan que padecer.

Inés González