La fiera de mi suegra – Capítulo 4

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antoniamagazine-lafieracap4-suegraCuando una de repente se encuentra soltera a los cuarenta, no puede más que sopesar los pros y contras de dicho estado. Bien es cierto que en un primer momento sólo acertaba a ver los contras; que me había quedado más sola que la una y al mando de un adolescente melenudo que había suplantado mi adorable hijo. El primer mal trago ahogado en tragos de licores variados, como bien os conté en el capítulo anterior, me había dejado en un estado de semi somnolencia, iba por la vida cual Marylin Monroe, igual de rubia, pechugona y eternamente desgraciada… y todo ello me llevó a cometer el primer fallo, en un arranque de folclórica desdichada pero muy honra, le dije a Víctor que no quería más pensión que lo mínimo para el niño y la casa a su nombre. Y es cuando os digo, nenas de hoy en día que os creéis equivocadamente que podéis con todo, que siempre hay que actuar con cabeza, los arranques de orgullo pasional no tienen cabida en una separación, atad bien vuestro convenio regulador y pedir siempre lo que se os debe. Yo no lo hice y al cabo del primer mes entendí que no llegaba a su fin.

Jamás había vivido sin un hombre a mi lado, me habían enseñado que su papel era mantenerme a mí, mi hijo y mi hogar. Las facturas siempre se habían pagado por gracia divina – suponía – yo jamás entendí que vivir caliente no era un derecho constitucional y que tenía que pagar por ello. Las palabras Luz, Gas, Impuestos pasaron a ser tangibles, sí podía sentir su amenaza.

Pero como siempre, pensé que alguien vendría a resolverme la papeleta… NO VINO NADIE

Otro consejo que os doy porque soy asín de desprendida es que hagáis caso a vuestros padres, sí por mucho que fastidia darles la razón… yo claramente no lo hice.

Mi padre es ser adorado a quien no maté del disgusto – y fueron varios – porque tenía el corazón grande, me solía llamar una vez a la semana, angustiado por saberme sola y conociendo mi faceta más inconciente, el buen hombre intentó hacerme entrar en razón, “vuelve a Madrid, a ti y el niño no os va a faltar de nada, yo me encargo, mira tu hermana; la he metido en el ministerio y ahora está feliz”… MI HERMANA, justo era a quien no debía mencionarme.

Y ahora es cuando os tengo que hablar de ella: dicen que la familia unida jamás será vencida, pues en mi caso no fue cierto, ella siempre me ganó a mí. Su primera victoria fue nacer un año, tres meses y 5 días antes que yo… no me preguntéis por las horas.

A ella se le perdonó haber nacido niña; total en esos tiempos no existía ese concepto llamado hijo único, una familia como dios manda acumulaba más niños que los conejos – era claramente un disparate que te dejaba el útero del tamaño de Cuenca y en vez de casas una barriga colgante; más flácida que la de Cayetana de Alba y no mencionemos los cuernos; como los de Lady Di – siempre me he sentido identificada con ella, nuestra historia es tan similar, rubias, guapas, madres sacrificadas abandonadas por un vejestorio – porque entre parto y parto tu querido esposo tenía el deber de dejarte reposar los órganos internos y sólo volvía a tu lecho para volverte a preñar y así cumplir con el deber patrio, mientras sus queridas se pintaban las uñas de carmesí en este pisito amueblado cantando con voz rota por el alcohol y la mala vida “fumando espero al hombre que yo quiero”…

Por lo tanto el hecho de que ella naciera niña no fue un desastre pero todos dieron por hecho de que yo sería varón…

Así que el día que nací yo – tengo que dejar de ver Mi gitana en la tele creo que afecta la parte de mi cerebro donde se almacena mi lado más racial –no fue precisamente el jolgorio que esperaban. Sobre todo por parte de mi madre quien por lo visto tuvo esa sensación de no haber llegado a las expectativas puestas en ella y de hecho nunca me demostró un cariño excesivo que digamos bueno lo cierto es que yo nunca fui de comportarme como ella quería es decir como lo hacía mi hermana… desde pequeñas se empeñaron en compararnos y por lo tanto no existían dos personas en el mundo menos comparables…

Ella nació frágil con poco peso, siempre delicada de salud, siempre al borde de algún síncope, siempre febril, siempre necesitada de curas, cariño y mimos, yo mientras era un roble, sana, regordeta y sin maneras de señoritas…

Lo mío siempre era menos que lo de ella, si me ponía mala, estaba menos mala y al día siguiente me mandaban de vuelta con las monjas, si me quejaba de algo era por capricho…

Recuerdo nuestra foto de comunión, ella está posando cual reina de Saba, regia con los pechos erguidos debajo de su vestido claramente más glamouroso que el mío por mucho que la modista me repetía que ambos salían del mismo patrón, yo a su lado parecía un tapón mal encarado… cuentan las malas leyendas que justo antes de la foto me habían encontrado detrás de la sacristía jugando con los chicos – cosa que me tenían prohibida –  y que por eso salgo tan despeinada. Mi hermana claro había estado arrodillada todo el tiempo y sin protestar a pesar de que sus rodillas tan faltas de carnes para amortiguar la incómoda posición se hacían sangre al primer golpe. ¡Una Santa os digo!

De mayor nuestra relación no mejoró. Nunca pudimos encontrar ese punto de complicidad que se supone tienen las hermanas porque sí, siempre hemos competido y cómo no en temas de novios no iba a ser menos. A ella tan guapa, divina, recatada, misteriosa, lánguida se le pegaban como moscas, a mí quien no disimulaba tanto, también pero admito que si bien tenía muchos ligues ella tenía pretendientes, chicos de buena familia deseosos de llevarla al altar. Al final fui la primera en casarme – ya sabéis en qué condiciones sino no entiendo porqué no estáis ahora mismo yendo a leer el capítulo uno – y eso a pesar del escándalo fue una victoria que me apunté. Claramente no lo pudo permitir así que su respuesta vino en forma de un matrimonio por todo lo alto con un periodista francés quien la llevaría a vivir una vida de amor y lujo en la capital francesa, la balanza otra vez se puso a su favor, cómo podía competir yo quien me casé de tapadillo, embarazada, con un obrero que me llevó a vivir en esa capital medio burguesa de un país enano sin brillo ni oropel. ¡No había color!

Pero al final me llegó la hora, justo cuando mi sentimiento de fracaso era de mayor amplitud que Castilla la Vieja, igual de desazonador – es ver los llanos de Albacete barridos por el viento, esos lugares donde Cristo dio las tres voces, esos paisajes sin alma y entiendes perfectamente que Don Quijote tenía alucinaciones yo siempre dije que si me quieren abogar al suicidio que me dejen dos días en tal paraje – justo cuando empezaba a plantearme mezclar el valium con el vodka en un intento de nublar mi visión y así tener una buena razón de no poder leer los números rojos de la cuenta bancaria, me llegó la noticia: mi hermana, esa santa, ese mártir del decoro y la decencia, se divorciaba y se volvía a casa de papa, el motivo de la separación; la imposibilidad de concebir hijo.

Seré mala persona pero admito no haber sentido pena, ni por su fracaso matrimonial ni por su condición de mujer estéril, sólo noté que las cosas se estaban poniendo por fin en orden. Además para qué iba yo a fingir, ella siempre había sido más, era de buena ley que su sufrimiento sea mayor que el mío ¿no?… pero el hecho de imaginarme vivir a su lado de nuevo no lo podía ni soportar y regresar a casa de mi padre lo hacía inevitable, así que rechacé la idea; también admito que después de haber probado la libertad de un país donde las mujeres como yo no éramos consideradas unas desgraciadas culpables de no haber sabido atar bien corto a nuestro marido, me hizo llegar a la conclusión de que prefería ser considerada como una mujer moderna y no como una pecadora sin remedio. Eso sí esa decisión me costó lo mío, mi padre no me perdonó mi nuevo acto de rebeldía, me llamó testadura y cosas peores como egoísta, mala madre y me dejó sin asignación: “No verás ni un duro mío hasta que me muera” y cumplió.

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Con lo cual tuve que encontrar dinero como sea y rapidito.

El panorama era desolador porque las monjas me habían preparado para ser La Señora, ni para limpiar escaleras servía yo – aunque claramente ni se me ocurrió postular para tal oficio, antes me hubiese metido a prostituta, de lujo eso sí que una tiene clase – y no creáis que no lo contemplé seriamente cuando me llegó la factura del agua – santo dios cómo podía costar tanto en un país donde llueve 300 días al año y yo sin mi baño diario no me siento persona humana – todavía recuerdo el anuncio “agencia de alto nivel, busca señoras de compañía, se exige buena presencia y excelente nivel cultural, se valora idiomas, acompañará a nuestros clientes en actos de mucho prestigio, buena renumeración y discreción total”… claramente cumplía todos los requisitos…

Pero no contesté a este anuncio porque a continuación descubrí otro, “estudiante busca habitación cerca de la universidad”…

También cumplía con ese requisito… tenía una habitación de sobra, esa misma que Víctor se empeñó en hacer por si venía otro retoño nuestro… nunca llegó y la transformé en un vestidor – que era claramente lo que quise desde un primer momento… lo sacrificaría pues, total Víctor me había dejado un armario vacío en mi propia alcoba…

Mi primer refugiado fue un israelí, luego una francesa y también vino un chino…

Sé que ese capítulo iba sobre ellos pero mi memoria tiene unos derroteros sorprendentes, la verdad que pasa lo mismo con mi vida, sabréis perdonarme y si no pues lo cierto es que me da igual….

Así que el próximo capítulo sí hablará de su cuando mi suegra se convirtió en casera de pensión para estudiantes y algún que otro arquitecto desahuciado… a mí me digáis nada soy su nuera-negro

Fdo Cruela de Val