Los que me conocéis bien sabéis que no soy muy amigo de Josep María Flotats y sus teatradas, a pesar de que el resto de la crítica parece que le adora y le adoquina las baldosas amarillas cada vez que este señor estrena algo. Pero está más que claro y evidenciado que ni este señor es Dorothy ni el teatro Valle Inclán es el país de Oz, por lo que me dirigí al teatro con cierto escepticismo y, por supuesto, sin haberme leído absolutamente nada previamente, con la mente virgen y los prejuicios en el bolsillo. La sala Francisco Nieva estaba abarrotada, una señal más de la expectación que ha levantado esta obra desde el estreno. Interesante.
Me siento en la butaca y al abrir los ojos me encuentro en un amplio salón, lujosamente minimal y con la misma frialdad y sobriedad de su dueño, Osvaldo (Eleazar Ortiz, sustituyendo a Toni Cantó), un magnate del mundo editorial que ha despedido a uno de sus escritores. Todo se sucede en ese salón, cuando Jerónimo (Helio Pedregal) va a visitarlo con motivo de su despido. Jerónimo comenzará su particular guerra púnica, y alcanzará el clímax cuando Gerardo (Daniel Muriel), un joven ilustrador idealista y romántico, entre en escena. A partir de ese momento se desencadena todo un tsunami de intereses y desintereses encontrados, de pasiones airadas y de reproches encontrados teniendo como denominador común las letras. Es en ese momento cuando nos trasladamos al sentir del escritor, que ve cómo las multinacionales del mundo editorial despersonalizan la creación artística y literaria como respuesta a la necesidad de vender y hacer dinero. ¡Incluso el propio editor no tiene un miserable libro en su propio salón! Una imagen, por desgracia, bastante cercana a la realidad que nos toca vivir hoy en día.
Felicidades, señor Flotats. Por una vez has conseguido dejarme con la boca abierta de par en par; por una vez has conseguido arrancarme alguna lágrima en la butaca; por una vez has conseguido hacerme reaccionario tras haber disfrutado de un trabajo de dirección sencillamente perfecto y exquisito. Intento ser puñetero, pero esta vez me lo has puesto complicado. Las manos acabaron bien destrozadas de aplaudir una ejecución tan brillante de un texto elegante, sentido, inteligente y desgarrador.
La clave de humor, evidentemente, no está diseñada para todos los públicos; nos encontramos ante una ácida crítica al e-book y la cultura del copy-paste y después delete. Y es curioso que mientras que el mundo se divide por la ley SOPA, otros celebramos la salida de la señora Sinde de su trono y le recomendamos que acuda al Valle-Inclán a empaparse de esta pieza de la que seguramente pueda aprender algo o, al menos, le pique algo la conciencia (si es que la tiene).
La aceptación del público ha sido abrumadora. Y es que Flotats ha montado esta obra, adaptando el texto de su amigo Jean-Claude Brisville, un nonagenario ermitaño de las letras que ha parido esta desgarradora historia sin fórceps ni epidurales literarias. Finalmente añadiré que es una lástima la elección de Daniel Muriel, una cara televisiva cuya interpretación bastante más que mediocre podría haberse dejado en manos de cualquier actor más preparado. Nunca entenderé, con la gran cantidad de buenísimos actores que hay en paro, se seleccione a un personaje de una sitcom porque su cara sea conocida y el reclamo comercial asegure parte de la taquilla. Creo que una vuelta por cualquier bar de Lavapiés puede surtir a un buen director de un buen actor. Señores, ¡valoren el arte!. Es bastante paradójico teniendo en cuenta el mensaje del autor, ¿no creen?