Los Hijos de las Nubes

Si digo que vivimos en una zona del planeta en la que te da igual saludar a alguien que pisotearle la cara, no creo que nadie se espante o se escandalice; llamemos las cosas por su nombre, sin maquillajes, evasivas ni subterfugios. Y es que parece que la sociedad se ha vuelto más cínica y excesiva. Es posible que ya no haya cabida para aquellos más desafortunados que, aun viviendo con menos recursos, han visto cómo el globo terráqueo gira en torno a un sol cuyos rayos ultravioleta calienta de una manera mucho más parcial. Mientras se caminaba hacia una Democracia, alimentada por esos sueños de libertad que tenían nuestros padres y que nosotros no entendíamos (yo al menos era muy pequeño), otros pueblos, como el saharaui, iban hacia atrás como los cangrejos; y por supuesto, nosotros le dimos la espalda a esa antigua colonia por la que tanto loco cebado de poder perdió la cabeza. Si, lo sé, mucho pintamonas antiglobalización, mucha proyección en bares-exposición de Lavapiés, mucho fanzine panfletario antisistema editado por colectivos organizados por “pi-hippies”, pero aquí nadie hace nada que pueda provocar un cambio. Y como sé que muchos pensaréis que “zappatero a tus zapatos”, pues esta vez mis calzas se revisten de reivindicación política con la Cuarta Pared y un montaje fantástico: Los Hijos de las nubes.

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La Compañía Abiosis Teatro nos trae una mirada al pueblo saharaui, a un pueblo que basa su tétrica existencia de las últimas décadas en fosas comunes, minas antipersona y una memoria histórica olvidada. El cuidado y personalista texto de Lola Blasco bien nos presenta una crónica, un cuaderno de bitácora del horror donde la fe en el cambio se hace visible desde el principio. Su contenido, carente de ornamentos innecesarios, nos ofrece sin miramientos ni circunloquios una visión objetiva del problema, totalmente carente de concesiones. Con un lenguaje visual efectista, el desarrollo de este diario muestra sinceridad, con una puesta en escena simple pero a su vez contundente. Magnífico trabajo de interpretación por parte de los tres componentes del reparto, de los que parece que el resto de la crítica no se ha acordado pero que a nosotros nos ha parecido magnífico. Trabajo sentido, donde el yo pasional de los actores casi se siente regurgitar desde la planta de los pies y te hace olvidar que te encuentres realmente en la butaca de un teatro, que el niño que se ha quedado sin piernas por culpa de la podrida bomba no es real. Y además el día del estreno, bravo por ellos. Julián Fuentes, señor director, consiguió usted ponernos los pelos de gallina. Muy bien resuelto ese texto tan complicado sin caer en el histrionismo escénico ni el oportunismo político. Es posible que debiera usted revisar su rider técnico porque la iluminación no creo que haya sido la adecuada, creo que en ocasiones muchas sombras ensucian la escena.

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Definitivamente creo que se debería hacer más teatro de este tipo, con tanto contenido y tan bien trabajado. Algún marisabidillo se quejaba del alto contenido político de la pieza mientras asaltaba el catering como si no hubiera un mañana. Partiendo de la base que se veía a la legua que no había ido a un estreno de teatro en toda su vida, me parece indignante que la gente no sepa que el teatro no sólo es para entretener sino que también es mensaje. Aquí las Antonias no es que nos metamos mucho en “fregaos” políticos ni otras fiestas de guardar, pero un poquito de por favor. Es en ese momento en el que te das cuenta de lo que estamos vaciando el mundo de la cultura conforme vamos “avanzando”, de lo anodino que es todo cuando se trata de preservar el arte y el conocimiento humano y social. Por mi parte, opino que mejor dejemos las canciones protesta para los rastafaris de Lavapiés y hagamos llegar el mensaje que nos salga de donde más nos plazca utilizando como canal el arte, que para eso está. Parece ser que el mejor criterio es no tener criterio y por eso no vamos a pasar. Esto es lo que pasa por llevar a niños Loewe al teatro a ver algo en condiciones, que es como matar moscas a cañonazos… culturalmente hablando, claro.

Zäpp Amezcua

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