Navidad helada. Frozen river.

Lamentablemente, este año una enorme parte de los españoles no está con tiempo ni ganas para soñar, será que la realidad pisa fuerte y que cuesta creer en la magia cuando no puedes pagar la hipoteca. Este año, muchos no pasarán la mejor Navidad de sus vidas.

No tengo muy claro que este año la gente tenga ganas de ser anestesiada. No es casualidad que esa horrible publicidad de Lotería, haya tenido tantísimas versiones burlándose de ella. La gente no está para tonterías, por algo nos reímos de que cantantes millonarios nos quieran vender la moto con una canción absurda. Nos reímos porque es una tomadura de pelo, y porque es mejor que llorar.

En momentos así, agradezco que aún exista un cine que no me quiera hacer creer en milagros navideños. Un cine que contraponga ese momento de ilusión con la realidad diaria que no se soluciona de la noche a la mañana. Por suerte hay varias películas así, pero últimamente no puedo dejar de pensar en Frozen river.

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Estrenada en España en el 2009, después de ganar varios premios en festivales sobre todo independientes y habiendo sido nominada a dos Oscar. Frozen river cuenta la historia de Ray (la increíble Melissa Leo), abandonada con sus dos hijos unos días antes de Navidad por su marido ludópata, que además se lleva el dinero que estaban ahorrando para comprarse una nueva casa prefabricada. Ray se ve obligada a recurrir a lo que sea para reunir en muy pocos días el dinero que necesita, no perder el depósito que ha dejado y básicamente no quedarse sin casa.

“Vive el sueño”, pone en el folleto de la casa prefabricada que Ray pretende comprar. Pero esta familia está pasando por una semana de pesadilla. En medio de esta situación desesperada, Ray conoce a Lila, una joven Mohawk, madre de un bebé. Lila se dedica a contrabandear conduciendo sobre el río que atraviesa la reserva india que limita con Canadá, que en esa época del año está congelado. Por circunstancias, Ray se asocia con Lila y comienza a pasar inmigrantes ilegales en su maletero, con el peligro que esto conlleva.

Más allá de la trama, la fuerza de Frozen river está en los pequeños momentos. La relación de Ray con sus hijos (¿cómo es posible que algunos actores niños sean tan buenos?), nada edulcorada y sincera. No es difícil ver de dónde saca su coraje el hijo mayor. No quiero contar argumento, pero esos pequeños momentos son varios. El momento en el que le pone cinco dólares de gasolina al coche, el momento en el que la cena son unas palomitas de microondas, el momento de los regalos de Navidad. La forma en la que Ray se enfrenta a cada una de las personas que se ponen en su camino. Siempre con fuerza, siempre con dignidad. Pero con imperfecciones, y aunque veas que se está desmoronando por dentro.

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Frozen river es una historia de madres. Ray, madre coraje como pocas. Lila, que recupera la posibilidad que le quisieron arrebatar, y que al final se enfrentará a un desafío al que ahora sí puede hacer frente. No es casual que las dos protagonistas sean madres, por algo hay niños presentes durante toda la película. Incluso hay un momento de escalofrío con un bebé inmigrante, que podría interpretarse como el único milagro navideño de la película.

El paisaje desolado del río congelado por el que Ray y Lila cruzan una y otra vez, no las abriga y protege. La hostilidad que las rodea y los lugares a los que llegan como personas para poder cumplir ese sueño tan humilde, pero que es de vida o muerte, no son un canto a la esperanza. Habrá un precio que tendrán que pagar, porque en la vida no hay soluciones mágicas. Todo está en contra. Todo, excepto ese fuego que Ray tiene dentro, que es lo que más quema en Frozen river, y lo que la hace una película que bulle con vitalidad a través de su minimalismo.

En eso sí que creo, en una persona que se enfrenta a todo por sus hijos, sin más premios al final que un techo, y con muchas consecuencias. Por algo no me apetece ver películas en las que me vendan esperanza de colorines, porque ya estoy mayor y porque no creo en esa otra magia. Pero sí creo en el cine, y en películas que buscan la respuesta en la fuerza de sus personajes, en la verdad de su historia, en la crudeza de sus imágenes. Porque la poesía navideña no es solamente dorada y con cálida luz de vela, también puede ser azul y fría. Porque la esperanza no está en un décimo de lotería, sino en el coraje que logremos sacar de nosotros mismos. Por eso esta Navidad, más que cantar villancicos y pensar en Papá Noel, me apetece más ver otra vez Frozen river.

Inés González.

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