Sentado en un jardín inglés | Blow Up

Cuando pienso en el mundo de la moda en el cine, es inevitable pensar en una de las películas más fashion de la historia: Blow up. Inspirada en el cuento de Julio Cortázar “Las babas del diablo”, pero solamente inspirada, Michelangelo Antonioni mismo dijo que haría falta rodar otra película entera para explicar que fue lo que quiso contar con Blow up.

En medio de un Londres gris, irrumpe Thomas, interpretado por David Hemmings, un fotógrafo de moda caprichoso, soberbio, guay, y muy talentoso. O muy demandado, que es ya bastante. La historia es muy pequeña en cuanto a argumento, de hecho lo que ha hecho famosa a la película a nivel argumental, lo de la foto ampliada (de ahí el título), que hace que Thomas descubra un crimen, se da a partir de la segunda mitad de la película.

Más allá de lo narrativo, Blow up es una película de imágenes, de estados de ánimo y reflejo de una época en la que lo moderno y el glamour estaban en pleno auge.

Thomas es uno de esos personajes tan insufribles que resultan encantadores. No es que hable mucho, pero tiene algunas frases increíbles como “Cobro de más”, refiriéndose a su trabajo. Reunido con un hombre que está utilizando unas fotos suyas para un libro suelta: “Estoy harto de esas zorras”, hablando no solo de las modelos, sino de las mujeres guapas en general. A Jane Birkin, haciendo de una groupie que quiere que le haga fotos, le dice: “Deshazte de ese bolso, es diabólico”. Entra a una tienda de antigüedades y se compra una hélice de madera gigantesca que intenta meter en su coche descapotable: “No puedo vivir sin ella”.

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Todas pequeñas excentricidades, además de tratar fatal a las modelos a las que fotografía, se las perdonas porque es un tipo interesante. Y porque la verdad es que a muchos nos caen fatal las modelos (el cliché de las modelos, que ya sé que son seres humanos y algunas serán muy majas, supongo).

Blow up está llena de imaginería moderna de la época. La ropa con colores contrastados y formas geométricas, sombreros y peinados imposibles, la juventud alocada corriendo por las calles de Londres, ¡mimos! Sumado a la tecnología analógica que era lo más en su momento y que ahora tiene el gusto de lo vintage. No sólo los teléfonos con cables y máquinas de escribir, todo el equipo de fotografía, la ampliadora, las cámaras, las luces. Es simplemente bello. Curiosamente, en lugar de quedase antigua, o sólo como documento de los alocados años 60 británicos, todo esto no hace más que agregarle una cuota de glamour al look de la película.

El sumun de lo guay llega cuando Thomas se mete en un garito en el cual están tocando los Yardbirds, con Jimmy Page y Jeff Beck. Lo increíble es el nivel de catatonismo de los espectadores, que sólo se despiertan del sopor cuando Jeff Beck destroza su guitarra y lanza un trozo al público. Por supuesto el que coge el trozo es Thomas, sólo para después tirarlo descuidadamente en la calle.

Más allá de todas estas cuestiones, Blow up tiene algo que no se ha perdido a pesar de los años y que no todas las películas tienen: clima. Durante toda la primera hora de la película, en la que aparentemente no ocurre casi nada a nivel argumental, todo está sostenido por una sensación constante de que algo extraño está ocurriendo. Esa inquietud, esa atmósfera enrarecida, hace que la película atrape. Eso es lo que hace que Blow up haya quedado en la historia del cine. La ha transformado en un clásico, en una película que aunque envejezca no pasa de moda, sino que hace que reflexionemos desde un lugar de humor y crítica sobre la frivolidad y lo efímero de la belleza. Sobre como un pequeño detalle puede despertar el interés y sacudir la rutina. Y sobre como la maldad y la violencia muchas veces están discretamente ocultas en la placidez de un parque londinense por la mañana.

Cada vez que veo Blow up, sí la he visto varias veces, me acuerdo de la canción de Los Beatles “I am the walrus”: “Sentado en un jardín inglés, esperando el sol. Si el sol no sale, te pondrás moreno al estar bajo la lluvia inglesa.” Esa ironía, ese decir y enseñarte cosas divertidas y aparentemente absurdas para sugerir que hagas otra cosa, algo que nunca pasa de moda aunque la gente se olvide de hacerlo: pensar.

Inés González.