Ser o no ser Shakespeare

William Shakespeare es, seguramente, el autor cuya obra ha sido más veces llevada al cine. La primera versión cinematográfica shakesperiana, en este caso Macbeth, es del siglo XIX, y en este momento hay más de diez películas basadas en obras suyas que están en diferentes etapas de producción.

¿Cómo es que un autor no deja de estimular la imaginación de realizadores a través de los siglos? Cualquiera que haya leído al menos uno o dos de sus textos tiene la respuesta. Shakespeare es simplemente único. Conocedor del hombre y sus contradicciones como pocos, padre de los personajes más emblemáticos de la dramaturgia universal. Creador de un modelo de estructura dramática que, no sólo sigue vigente, sino que sirve como guía a la hora de construir un guión de largometraje. Y, sobre todo, aunque parezca lo más frívolo, sus historias siguen siendo igual de conmovedoras, divertidas e inteligentes como en el momento en el que se las representaba en The Globe o donde fuera.

Se podrían llenar folios simplemente enumerando las diferentes versiones de Hamlet, Romeo y Julieta, Macbeth, Otelo o Ricardo III que han sido llevadas al cine. Así y todo, es interesante como nos interesa que nos cuenten la misma historia, siempre que esté bien contada, claro está.

También llama la atención como hay directores y actores que están obsesionados con Shakespeare, al punto de adaptarlo o interpretarlo una y otra vez. Claro que esto se puede hacer aburridamente, como Franco Zeffirelli, con adaptaciones literales pero faltas de alma y repartos poco interesantes (al día de hoy no me trago a Mel Gibson como Hamlet). También se puede ser shakesperiano reincidente, como Kenneth Branagh, que será un pesado pero se lo curra. Ahí está su Hamlet, que además de situarlo en otra época, lo hizo íntegro, y aunque obviamente se guardó a Hamlet para interpretarlo él mismo, puso un reparto de actores súper variado y numeroso, con Jack Lemmon, Kate Winslet, Billy Crystal, Judi Dench, Timothy Spall, y muchos más. O Trabajos de amor perdidos, convertido en un musical de los años 30, o En lo más crudo del crudo invierno, en la que un grupo de actores que se busca la vida intenta hacer una puesta de Hamlet en una iglesia en pleno invierno.

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Otros clásicos fans de Shakespeare, pero de los que le buscan una vuelta, y por algo son grandes, son Orson Wells y Akira Kurosawa. Mientras que Wells se mantiene fiel al texto, pero explora a nivel visual, con la onírica y oscura Macbeth, o se ciñe a las aventuras de Falstaff, un personaje que recorre varias obras, en Campanadas a medianoche (que en realidad se llama «Falstaff», pero bueno); Kurosawa se apropia, en el buen sentido, de obras como Rey Lear o Macbeth para llevarlas al Japón samurai de Ran y Trono de sangre, con resultados extraordinarios y dos películas maravillosas.

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Dejando de lado las adaptaciones literales de la obra de William Shakespeare, hay muchas películas que reinterpretan sus historias, porque simplemente son eternas. Muchas mantienen el texto pero recurren a cambiarles el lugar o la época en la que transcurren y meterles un poco de modernidad a nivel visual, como Romeo + Julieta de Baz Luhrmann, o Ricardo III de Richard Locraine, con un Ian McKellen nazi, o Hamlet de Michael Almereyda, con Ethan Hawke en Nueva York.

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Pero sin mantener necesariamente su texto, Shakespeare está en todas partes. En dibujos con Gnomeo y Julieta, Romeo y Julieta con gnomos de jardín y música de Elton John, o incluso en animación española, con El sueño de una noche de San Juan, Sueño de una noche de verano en Galicia con personajes modernos.

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También ha ido al instituto, con las versiones modernizadas pero a la vez increíblemente fieles de Otelo, transformada en O (me niego a llamarla Laberinto envenenado) de Tim Blake Nelson, y de La fierecilla domada, transformada en 10 razones para odiarte de Gil Junger, con Heath Ledger y Julia Stiles como Kat, o sea «Catalina», que también es la «Desdémona» de O y la Ofelia del Hamlet de Almereyda. Ejemplo de actriz obsesionada.

Otro amante del mundo shakesperiano es Tom Stoppard, guionista de Shakespeare enamorado, que para su única película como director, Rosencrantz y Guildenstern han muerto, decidió contar la historia de Hamlet desde el punto de vista de esos dos personajes secundarios, interpretados por mis amados Gary Oldman y Tim Roth.

Incluso aunque ni se lo nombre, está presente en películas en las que no se lo espera, como la maravillosa Mi Idaho privado, de Gus Van Sant, en la que además de tomar elementos de la trama de Enrique IV, hay textos completos de esta obra que forman parte del guión, y están dichos por los actores de forma tan natural, que no parecen tomados prestados de hace tantos siglos.

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Y esto sólo en cine, porque si nos vamos al teatro, creo que no hay ciudad importante del mundo en la que no haya en este momento, y siempre, una obra de Shakespeare en cartelera ¿A qué se debe esa eternidad en sus historias? Hay muchas opiniones. Yo me inclino, aunque parezca una tontería, por su neutralidad, por llamarlo de alguna manera. Shakespeare no juzga a sus personajes. Nos deja total libertad para que lo hagamos nosotros. La riqueza de sus historias está en la multiplicidad de interpretaciones que podemos hacer de ellas. Nunca nos pondremos de acuerdo en si Hamlet es indeciso o si está fiingiendo, en si Romeo es un inmaduro o muy apasionado, en si Macbeth es un marido manipulado o se vale de su mujer para dar rienda suelta a su ambición, en si Otelo en realidad… En fin, que no hay forma de decidirse, por eso hay que seguir volviendo a él una y otra vez, porque aunque muchos lo intenten a través de la historia, William Shakespeare sólo se puede ser o no ser.

Inés González.