Siempre tendremos París

Hay algo muy curioso acerca de París, que ocurre con ciertas ciudades del mundo como Nueva York, Londres y pocas más. Son tan cinematográficas, que cuando finalmente las ves en persona es como si ya las conocieras.

Hablar de París en el cine es muy complicado. Es un tema inabarcable, hay tantas películas que transcurren en ella, o que la tienen como tema, o que la mencionan. Es un lugar que ocupa un espacio tan enorme en la imaginación, en el arte, en el corazón, que cuanto más tratas de enumerar cosas sobre ella, más se multiplican. También es una ciudad asociada a infinidad de tópicos. En fin, que hay un París para cada uno.

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Es por eso que me niego a hablar de París en general. Esta vez voy a hablar de mi París. De la imagen de París que se fue formando en mi interior a lo largo de mi vida. No a través de las veces que tuve la suerte de caminar por sus calles, sino a través de las muchísimas más veces que pude recorrerla sentada en una butaca, de la mano de un director de cine. Sé que nombraré muy pocas películas, pero todas significaron algo para mi.

antoniamagazine-cine-GigiNo sé por qué, pero las primeras imágenes que tengo de París en el cine están ligadas a musicales, Un americano en París o Gigi, por ejemplo. En realidad, sí sé. Hay muchos musicales que transcurren en París, desde estos clásicos de la época dorada del musical, y llegando a los más modernos como Moulin Rouge. Parece que si caminas por París, te dan ganas de cantar. O de bailar volando junto al Sena, como en Todos dicen I love you.

Lo de «I love you» es otro tópico inevitable, se supone que París es la ciudad del amor. Ahí está la que debe ser una de mis películas de amor favoritas de la historia del cine, Antes del atardecer (sé que la menciono cada dos por tres, pero es que me encanta), en la que los protagonistas simplemente hablan mientras caminan por París.

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O el gran clásico entre clásicos, Casablanca, en la que Ingrid Bergman y Humphrey Bogart viven su historia de amor en un París de back projection, sin que por eso sea menos romántico.

También, para amores pero de los que hacen daño, recuerdo una película que en su momento me encantó, El último tango en París, quizás porque cuando la vi era muy joven e impresionable (Mi madre nos dejaba ver lo que sea, mientras fuera artístico, con Bertolucci y Saura no había problema, por eso pude ver Novecento y Ana y los lobos antes de los 12, eso sí, Clave de sol, el Al salir de clase argentino, estaba prohibido. Feliz día de la Madre, mamá, y gracias). Pero bueno, la imagen de Marlon Brando con los pelos al viento por las calles de París la tengo grabada.

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Años después me encontré con otra película parisina de Bertolucci, Soñadores, que es sobre todo una película de amor al cine, incluyendo momentos de otras películas parisinas por antonomasia como Al final de la escapada o Banda aparte.

Para el París luminoso, hay un París oscuro. Recuerdo dos películas, casualmente en las dos actúa Vincent Cassel, que muestran un lado de la ciudad que no siempre vemos en el cine. La primera, El odio, donde las calles protagonistas son las de barrios sucios y con delincuencia, nada de la torre Eiffel con lucecitas de colores, de hecho la peli es en blanco y negro. La segunda, mucho más luminosa a nivel visual, pero infintamente más oscura, es Irreversible, una de las películas que más me ha costado terminar de ver en mi vida, y que aunque me parece una obra de arte, creo que jamás me atreveré a volver a ver.

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Otra que dudo enormemente volver a ver es la insoportable París, je t’aime, que debería llamarse «París, je no te aguanto». Una seguidilla de cortos infumables, bueno, se salvan dos o tres, de directores talentosos que decidieron tomarnos el pelo con sus peores obras y montarlas todas juntas para nuestro aburrimiento sin fin.

Por suerte, París puede ser escenario de la acción, y no me refiero a películas de Bond con banda sonora de Duran Duran, sino a otras más grandes como Frenético, de Polanski, con Harrison Ford trepando por los tejados. También la París ocupada por Nazis de Malditos Bastardos, con el final alternativo de la Segunda Guerra Mundial más valiente y divertido del cine. O la aún más grande, para mi gusto, Origen, en donde París se desdobla y estalla literalmente cuando la vemos desde los sueños. Aunque creo que Origen es en realidad una película de amor.

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Tanto cine, tanto París ¿Dónde termina el París que conozco de las películas y comienza el París real? Se superponen como las imágenes del último sueño de la mañana, cuando aún no estamos despiertos del todo. En fin, advertí que sólo iba a dar una mínima muestra del catálogo infinito del París cinematográfico. Seguramente hay muchas películas absolutamente obvias que me reclamarán no haber mencionado, yo misma me dejo varias en el tintero, simplemente porque siempre puedo volver a ellas. Como le dice Rick a Ilsa en Casablanca, «siempre tendremos París».

Inés González.