El afamado psiquiatra estaba desconsolado, su mascota había huído en un descuido. Había dejado la puerta abierta y había corrido calle abajo, abandonando a aquel que la alimentaba, a aquel que la educaba, la acariciaba cuando merecía un refuerzo positivo y castigaba cuando se portaba mal. Miró por la ventanilla, en algún lugar, bajo la infinita masa de nubes, estaba su mascota, perdida, sin rumbo, quizás queriendo regresar a casa sin saber muy bien el camino de vuelta. La azafata le preguntó si quería algo de beber.
-Un whisky con hielo- respondió él con voz amarga. Ella se quedó mirándolo a los ojos durante unos segundos. Sabía lo que le pasaba por la cabeza, estaba dudando si debía decirle que había leído todos sus libros o por si lo contrario, parecería una maleducada entrándole de aquella manera.
-Usted es… ¿verdad? ¿Es usted, el de la tele?
El afamado psiquiatra asintió con la cabeza.
-Tengo todos sus libros. Igual se lo han dicho un millón de veces, pero usted salvó mi vida. Se lo aseguro, iba cuesta abajo y sin frenos hasta que leí «Chica, tú vales mucho». Después de ese, me leí los demás. Mi favorito es…
No hacía falta que lo dijera. Su favorito, «Mecánicas del amor». Era el favorito de todas las solteras en la treintena, con antecedentes de una primera relación malograda, quizás por los celos de él o quizás por las ganas de ella de volar. En el caso de la azafata, era obvio. Treinta y pocos, sin alianza, anillo de compromiso o marca que indicara que se lo quitaba durante la jornada de trabajo, demasiado guapa como para no haber tenido nunca novio y con ganas de volar.
-Mi favorito es «Mecánicas del amor». Es impresionante cómo sabe tanto de las relaciones… Su esposa tiene que estar tan contenta con usted…
-Soy soltero, y por favor, llámame de tú.
-¿Viajas a Nueva York por negocios o por placer?- preguntó la azafata humedenciéndose levemente los labios con la punta de su sonrosada lengua.
El afamado psiquiatra la penetró con sus ojos grises y esbozó media sonrisa.
-Por placer.
No hablaron nada más. Él se dirigió al baño, cerró la puerta sin echar el seguro, liberó su inmenso miembro por encima del slip y contó hasta diez. Ella abrió la puerta decidida. Era la primera vez que lo hacía con un pasajero, pero ardía por dentro, una voz le decía dentro de su cabeza que aquello era algo que debía ser hecho. A treinta mil pies de altura, la azafata tuvo un orgasmo que recordaría durante el resto de su vida. Él, por el contrario, la olvidó en cuanto pisó tierra. Había mentido, no estaba en Nueva York por placer. Había viajado seis mil kilómetros buscando a su mascota. Y si ella no estaba dispuesta a regresar con él, matarla si era necesario.
CAPÍTULO SIETE: LA QUE ES PERRA MUERE PERRA
Henry se estaba portando como el mejor jefe del mundo. No sólo nos había buscado un piso grande, luminoso y con dos cuartos de baño, detalle a tener en cuenta si no quieres acabar arrastrando de los pelos a tu compañera, sino que lo había hecho en el mismo edificio en el que vivía Martin, por lo que yo, tenía asegurado mi polvete diario sin necesidad de salir a la calle en busca de desconocidos. Algunas mañanas, desayunábamos los tres juntos, Martin, Elisa y yo, y por momentos parecíamos un anuncio de leche desnatada o de galletas con fibra, los tres tan guapos, tan sonrientes, tan jóvenes y con tantas ganas de comenzar el día. Porque realmente teníamos ganas de comenzar el día, de ir aportando nuestro granito en el desarrollo del departamento, de sentir ese buen rollo que teníamos desde que nos habíamos convertido en un equipo de alto rendimiento. Elisa no parecía mala chica, pasaba la mayor parte del tiempo en su habitación, leyendo o escuchando canciones de Celine Dion mientras se hartaba de llorar. Yo tampoco es que me metiera mucho en sus cosas, suponía que echaba de menos al novio aquel que le ponía un ojo morado de vez en cuando, porque en ocasiones las mujeres podemos ser así de masocas. Y como Celine Dion tampoco me desagrada en exceso, pues yo no le decía nada, la dejaba a lo suyo y si ya me tocaba mucho la moral escuchar en bucle tanta balada lastimosa, me subía a lo de Martin a echar un casquete. La vida nos sonreía.
-¡Elisa, he tenido una idea buenísima!- le grité aquella mañana mientras me ponía las medias. Ella entró a mi cuarto murmurando que no hacía falta que gritara tanto,que no estaba sorda.
-Ya, Eli, pero es que lo vas a flipar cuando te lo cuente. Es sobre la cena de Navidad, al departamento que proponga la mejor fiesta le dan el bono extra, ¿no?
-Sí, pero qué quieres hacer en Navidad…Pues cena,barra libre y música de los ochenta. Es lo que siempre funciona.
-Pues este año nos vamos a llevar el bono, querida. ¿Tú sabes lo que es «Tú sí que vales», querida?
-Pues claro.
-¿Y si la cena de Navidad fuera un concurso como «Tú sí que vales»? Que la gente se presente y haga cosas, que todo el mundo sabe hacer algo, como Jeremy el de la tercera, que me han dicho que se pone los pies por detrás de la…
Elisa me interrumpió como si mi idea le hubiese molestado. En ocasiones era tremendamente agria conmigo, que era su mejor amiga. Yo no terminaba de entender por qué.
-Ofe, cari, eso es una tontería. Se van a reir de ti cuando lo propongas. Y lo peor es que vas a dejar a Henry en mal lugar, van a pensar que tiene por supervisora a una retrasada. Y no es que te esté llamando retrasada, mi amor, que tú sabes que entre tú y yo el pasado está pasado.
-Agua pasada no mueve molino- añadí yo mostrándole una radiante sonrisa.
-Eso es, el agua pasada no mueve nada. Yo te quiero, quiero para ti lo mejor y no me gusta que la gente vaya diciendo a tus espaldas que eres rarita…
-¿Dicen que soy rarita?
-Bueno, no exactamente con esas palabras.
-Claro, lo dirán en inglés.
-¡Ay, mi Ofe!- exclamó dándome un fuerte abrazo-. ¡Tú no te preocupes por nada! ¡Ya se nos ocurrirá una idea realmente buena!
¿Una idea realmente buena? SU PUTA MADRE. Esto es lo que ocurrió…
Henry nos reunió, como cada semana, para que le diéramos los informes. Mona explicó los gráficos, Trinity los balances, Elisa las previsiones, y yo, concluí con un resumen de las principales tareas a realizar para los próximos siete días. Parecíamos las compañeras perfectas hasta que nos preguntó si habíamos pensado en algo para lo de la cena de Navidad.
-Sabéis que la mejor idea se lleva el bono, ¿verdad?
Entonces, Elisa comenzó a hablar en inglés y Martin, a mi lado, a traducirme al oído lo que quería decir.
-He tenido una idea, Henry. ¿Y si hiciéramos un talent show en la empresa? Estoy segura de que entre estas paredes tenemos cantantes, ventrílocuos, monologuistas, acróbatas, equilibristas… ¿No sería genial dar una oportunidad a que nuestros empleados demuestren lo que valen? De hecho, creo que Jeremy, el de la tercera, se pone los pies por detrás de la…
No pude aguantar tal puñalada trapera.
-¡TUS MUERTOS, ELISA TORTORICI!
Me puse de pie como una Diosa Hindú de seis brazos que ha decidido acabar con los mortales de un pisotón.
-¡Martin! ¿Cómo se dice «Me cago en todos tus muertos» en inglés?
Martin temblaba del miedo ante mi cara, roja como las llamas del infierno.
Elisa me miraba con los ojos muy abiertos, como si el bofetón que esperaba le fuera a doler menos por ello.
-I SHIT ON YOUR DEAD RELATIVES!- grité con todas mis fuerzas y exprimiendo mi inglés de nivel 1 al máximo.
Mona gritó espantada y Trinity se echó a llorar. Martin me abrazó.
-Dios mío, Ofelia- me susurró-. Creo que eso es lo más fuerte que han oído en su vida. Qué bestias sois los españoles a la hora de insultar.
-No voy a consentir este tipo de actitudes, Ofelia- sentenció Henry.
-¡Me ha robado la idea! ¡Yo me inventé lo de hacer un «Tú sí que vales» en Navidad! ¡Es una zorra y una ladrona de mierda!
-¿Pero tú de qué vas, fea, que eres muy fea? Henry, no le hagas caso, es una mentirosa. Tiene miedo de que le quite el puesto, porque sabe que si quisiera se lo podría quitar antes de que le diera tiempo a darse cuenta.
-¡Se acabó! Si os váis a comportar como crías, os trataré como crías. Hay mucho por archivar, os quedaréis después de la hora de trabajo archivando. Y no os iréis hasta que no acabéis.
-¡Pero Henry! ¡Ese es el trabajo de Trinity!
Trinity, al oir su nombre, se volvió a echar a llorar.
-Es demasiado, no vamos a acabar en toda la noche. Henry, admito que me he pasado. Perdóname, Ofe, no tenía que haberte quitado la idea…¡Pero es que me pareció tan buena y me dio tanta rabia que se te hubiera ocurrido a ti y no a mí!-añadió Elisa, intentando suavizar la cosa.
-¿Ahora quieres que te perdone? ¿Después de que me hayas llamado fea? Qué puta que eres.
-Espero que se os dé bien el archivo, chicas. No hay nada más que hablar, se cierra la sesión.
De forma que, por culpa de Elisa Tortorici, que como dice mi amiga Mabi, una zorra es zorra hasta la muerte y no puede renunciar a su ser de repente, tuvimos que quedarnos toda la noche en la oficina archivando miles y miles de recibís y de pagarés y de papeles con números en cajas de cartón, como si hubiéramos viajado cincuenta años atrás en el tiempo cuando no había ordenadores, ni depilación láser ni Gran Hermano. Por primera vez en la semana me ponía de rodillas debido a un acto no sexual. El dolor de espalda me iba a matar y para aliviarlo, miraba a Elisa e imaginaba que tenía una muerte lenta y lo más sangrienta posible. Deseé no haber cancelado lo de que un rumano le rompiese las piernas nada más aterrizar en el aeropuerto. No cruzamos palabra alguna hasta que de repente, le sonó el móvil. Era Martin. ¿Qué hacía Martin llamando a Elisa Tortorici? ¿QUÉ HACÍA MARTIN LLAMANDO A ELISA TORTORICI? No, no os voy a dar cuatro posibles respuestas, queridas amigas, puesto que sólo había una explicación. Martin es un cielo, no es el tipo de tío que se va con la primera fulana que lleva un buen escote, aunque conmigo hiciera una excepción.
-¿Elisa? Soy Martin. No quiero destriparte la sorpresa, pero tu novio ha venido desde España buscándote. ¡Le he dicho que vaya a recogerte a la oficina! Vamos, te aviso por si quieres ir dejando ya el archivo y maquillarte un poco o algo, que no te pille con mala cara, ya sabes.
-¿Mi novio?
-Sí, es muy simpático por cierto.
-¿Alto, fuerte, pelo canoso, ojos grises?
-El mismo.
Elisa colgó el teléfono al instante.
-Ofelia, tenemos que irnos de aquí. Me ha encontrado.
-¿De qué hablas?
-Luego te lo cuento, pero date prisa. Dios, no me lo puedo creer…
Fui a recoger una de las cajas pero me agarró del brazo y tiró de mí.
-Ya ordenaremos eso por la mañana, si es que sobrevivimos.
-¡Elisa! ¿Estás loca o qué?
Elisa me miró intentando controlar el temblor que recorría su cuerpo. Sí, claro que estaba loca. Así fue como lo había conocido. El día que perdió la cordura, sus padres la llevaron al psiquiatra más afamado de Madrid. Ese mismo día comenzó la pesadilla. Él, con sus palabras que la ataban, con su voz que se le metía dentro de la cabeza y le oprimía el cerebro, con sus manos duras que lo mismo le hacían el amor que le provocaban dolor extremo, él había conseguido que su depresión, sus días de encierro, su inexplicable tristeza, desaparecieran. La transformó en una mujer aparentemente segura, feliz, en la que daba la impresión de llegar de la peluquería aunque fueran las siete y media de la mañana, la que a las tres de la tarde seguía oliendo a lavanda, la que a todo el mundo sonreía, la que hablaba con la limpiadora de la tercera planta como si la conociera de toda la vida, la que parecía buena persona pero que no lo era. Porque Elisa Tortorici sabía que ella, nunca podría ser buena persona. No lo merecía, era la escoria, la esclava, la que todo lo debía. Debía cada amanecer, el aire que respiraba, debía la vida. Se lo debía a él.
En un chalet a las afueras de Madrid, en una urbanización privada en la que vivían futbolistas y estrellas de la televisión, el afamado psiquiatra tenía una mazmorra. En ella había una jaula, un bebedero para perros y una colección de bozales. Sobre el suelo, un camastro en el que dormía desnuda Elisa Tortorici y en el que se ofrecía a su amo con total sumisión.
-Eres una buena perra- le solía decir él. Ella lo miraba con ojos de absoluta adoración aunque sabía que en cualquier momento, a él podía írsele la mano.
Antes del amanecer, Elisa Tortorici subía a su vestidor, elegía un traje de diseño, se duchaba, se maquillaba, perfumaba y peinaba, y practicaba su mejor sonrisa ante el espejo. Sabía que seguía estando loca, pero en su nueva vida la locura era uno de los ingredientes esenciales. Él vivía de la locura de los demás, ella era fuerte gracias a la locura para sobrevivir siendo una mascota de puertas adentro y una mujer segura de sí misma en aquello que llamaban vida real.
-¡ERES UNA PERRA MUY MALA!- gritó un desconocido entrando súbitamente en la oficina. Los tubos reflectantes del techo parpadeaban avisando de un inminente corte de electricidad. A través de los ventanales, las oscuridad era una masa que descendía espesa a lo largo de los veinte pisos de altura que nos separaban de la acera.
-¡Vete de aquí, Erebus!
-Perra mala, perra mala…- murmuraba el desconocido acercándose hacia nosotras, agitando una vara de hierro sobre su cabeza y levitando sobre la moqueta como Jesucristo sobre las aguas.
Miré a Elisa durante un segundo, pálida, bloqueada, sin saber cómo reaccionar ni qué hacer más allá de la advertencia.
-¡No te acerques!- grité yo, levantando el móvil-. ¡Estoy llamando a la policía!
Esperaba que no me pillara el farol, porque a ver cómo me las iba a apañar yo hablando con la policía en inglés. Deseé más que nunca tener cerca a Martin, y para mi sorpresa, no sólo para que me tradujera decir «Policía, un loco está a punto de violarnos o de matarnos o de las dos cosas a saber en qué orden», ni para que echaramos un polvo de despedida, sino para algo más. Suena ridículo, incluso muy ridículo, pero en aquel momento, diré que terrorífico y no me quedovcorta con el adjetivo, pensé en sus ojillos de ratón, en su sonrisa de primera comunión.
-¿A la policía? ¡Cuando hayan llegado hasta aquí arriba lo único que van a encontrar va a ser dos perras muertas! ¡Dos perras muertas!
Antes de que se fuera la luz, pude ver su rostro, atractivo, varonil, profundamente sensual y perverso como el del mismísmo diablo. Agarré a Elisa con fuerza. Ya no me importaba que fuera una zorra, era más importante conservar nuestras vidas. Un grito desgarrador perforó la noche. Es ese mismo grito que en ocasiones, aún me despierta a altas horas de la madrugada para recordarme que el verdadero mal existe.
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¡¡Sé que os he dejado en ascuas, queridas!! ¿Pero cómo crees que continúa mi historia?
A. Elisa muere a manos del psicópata de su ex-novio.
B. Nos cargamos al psicópata y eso crea buen rollo entre nosotras.
C. Escapamos del chiflado pero éste sigue con vida suelto por Nueva York.
D. Elisa es tan perra que vuelve con su novio a pesar de que esté listo de papeles.
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Déjanos un comentario y escoge tú misma cómo quieres que continúe SOY LO PEOR