Me matan si no trabajo y si trabajo me matan, siempre me matan me matan, ay, siempre me matan…
¿Nos suena la canción, verdad? Debería ser el himno nacional.
Leo con cierto estupor que las empresas demandan cada vez más perfiles tecnológicos, y que no hay en el mercado laboral. Que Linkedin adolece de profesionales formados en este ámbito (social media, análisis de datos, etc).
A mis cuarenta y muchos años sé que soy un bicho raro entre mi generación, que con apenas 16 años empecé a estudiar programación, siempre he sido una avanzada en redes, he entendido el poder de la información a través de los medios digitales, y he aprendido oficio y habilidades de la única manera en que se aprende: trabajando.
No me creo ni mejor ni más capacitada que el resto de mis compañeros por esto. Todos tenemos nuestros puntos fuertes y somos mejor en una materia que en otra. La mía es la capacidad de adaptación, pero no soy la mejor ni maquetando ni escribiendo.
Adaptarnos es lo que estamos haciendo todos los trabajadores del sector editorial: a trabajar con menos recursos, más horas y con escasa o nula formación. «Hay que adaptarse a los nuevos tiempos, y todos tenemos que hacer de todo». Y van cayendo, uno detrás de otro, los compañeros. Como en la fábula de la manada de búfalos, comenzando por los más débiles, los mayores, los que tienen menos habilidades digitales.
Pero cuando ya no hay lastres que soltar, y hay que seguir manteniendo un modelo de negocio que ya no puede subsistir de la manera tradicional (es decir, con el papel), seguimos apretando y rebanando recursos, siempre de la fuerza de trabajo, que es la más fácil de reemplazar por otra más barata, aunque sin oficio (luego nos quejaremos de la calidad…)
Hace muchos años trabajé en una editorial a la que absorbió otra editorial alemana. Durante muchísimo tiempo la cúpula, los jefes, habían esquilmado los recursos de la editorial, y antes de presentar los números a los alemanes, habían maquillado las cuentas. Cuando auditaron, y vieron que habían comprado una ruina, comenzaron a despedir, pero empezando por arriba, los causantes de la ruina y los que más recursos consumían. Lamentablente, esto no fue suficiente y también la plantilla sufrió un ERE.
Comentaba el otro día con una de mis compañeras de trabajo (de hecho, mi jefa en una de las múltiples «encarnaciones» que he tenido en mi empresa), a propósito de este artículo, de la reflexión sobre si no estaremos nosotros mismos matando a la gallina. Me decía que lo que no tenía en cuenta el artículo es que gracias a esa publicidad digital se estaban manteniendo puestos de trabajo que de otro modo serían insostenibles, porque el print, hablando en plata, se va a la mierda (y esto lo digo yo, no ella).
Los trabajadores del sector editorial vivimos en constante peligro de despido, con la espada de Damocles siempre pendiendo sobre nuestras cabezas. Llega un momento en que te importa todo una puta mierda (y perdón por el lenguaje, pero es la pura verdad), que salvas los muebles y poco más, porque total, no se le da valor a tu trabajo, ni a tu puesto, ni a tu vida, eres un número más. Uno, además, de los que «no importa». Y todos nos preguntamos si esos «que importan» no estarán siendo un lastre económico, si no estarán consumiendo recursos importantes para la viabilidad del negocio, porque no producen, no solucionan y cuestan una pasta.
La pregunta es retórica, of course.
Entiendo y traslado lo que proyectas a mi campo más profesional-o quería decir personal? Hoy precisamente, una de esas conversaciones. Difícil concluir algo que no tiene conclusión; que parece no tener fin. Solo el ánimo y la integridad pueden compensar las ganas de tirar la toalla. Aunque a veces, ni ellos pueden.