Fiesta de disfraces en el MET

METGALA 2016

Un año más –y precipitándose sin remedio a un acabose estético inminente-, el primer lunes de mayo, el Museo Metropolitano de Nueva York celebró su ya mítica noche para presentar, esta vez, la exposición Manus x Machina: Fashion in the Age of Technology (en resumen, la moda en la era de la tecnología). El asunto, así planteado, tampoco parecía tan complicado de cara a hacer casar el dress code con la temática expositiva pero, visto lo visto, la conjunción conceptual no solo no se produjo sino que fue una verdadera hecatombe.

Lo fue porque el rimero de mamarrachos que pisó la alfombra roja (una mezcolanza hipervariada de celebrities) se las ingenió para formar una suerte de cuadrilla cutre de despedida de soltero disfrazada, eso sí, con trajes de alta moda. Y como la ignorancia es la madre de todos los crímenes, los invitados decidieron, motu propio, que el sustantivo “futuro” era un fiel compañero del adjetivo “metalizado”. Y así, bajo esa premisa, posaron ante el escaparate del mundo creyéndose originalísimos, especialísimos y transmutadísimos dentro de sus trajes de firma. Se plantaron encima lo que fuera “con tal de”, y posaron orgullosos y ufanos, primero ante sus espejos y luego ante las cámaras y la claca que colaboró a forjar esa idea tan efímera como placentera de creerse el más molón. Pero claro, la yuxtaposición de tan inconmensurable ego, todo junto y sin receta, dio lugar a un desfile chungo, sin garbo e innecesario.

Una gran mayoría de las más importantes firmas de moda comen de la mano de muchos de los personajes que desfilaron por allí, de esos mismos sujetos que reclutan a séquitos de prestigiosos profesionales que les orientan, que les aconsejan, que les sugieren. Desoír su parecer es una acción carente de sentido. ¿Qué ocurre, entonces? ¿Por qué ese cúmulo de despropósitos caricaturescos? ¿A través de qué parámetros miden los famosos su grado de ignominia, su falta de pudor y sus imprecisos conceptos de la estética? ¿Es incompatible el “comme il faut” con los rostros más fashionistas del panorama mediático?

No hace falta echar mano de la nostalgia, basta con evocar el relumbrón del que gozó la ceremonia de la moda por excelencia en los años setenta, ochenta o noventa y lo que en sí misma simbolizaba: como poco, un reconocimiento a los grandes; como excusa, una reunión de apariciones estelares. No es necesario citar nombres, la estela de lo patético ya es demasiado fea. Pregúntame, si quieres, qué salvaría de la quema: un McQueen, un Galliano vintage, un Prada y el Chanel. El elegantísimo Chanel de Anna Wintour, nada obvio y fiel a su estilo, ese término tan apetecible que fracasa al competir con la tendencia. Porque, aunque ambos sean concomitantes, la ignorancia, los billetes frescos de los nuevos ricos y las cabezas alocadas de quienes algún día fueron mucho, afean su maridaje. Lástima.

2 Comment

  1. Ramón Tormes says:

    Qué gusto leerte.

    1. Javier says:

      Gracias, Ramón. Qué gusto verte. ¡Beso enorme!

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