Slave to the rhythm, un día en la vida de Grace Jones

La cita estaba prevista para las cuatro de la tarde. Unas cuantas preguntas, una sesión de fotos y de vuelta a casa. Lo que vendría siendo un aburrido y rutinario día de trabajo. El problema es que cuando uno queda con Grace Jones nunca sabe a que atenerse.

Su impuntualidad es legendaria -“Nunca espero”, suele decir, “nunca espero a nadie, querido”-, igual que sus apariciones, repletas de maletas, abrigos de pieles, un nutrido equipo de asistentes y maquilladores y las exigencias propias de quien se sabe una estrella. Se alimenta de vino, ostras y sushi, es su secreto para permanecer eternamente joven. No en vano, tiene sesenta y cinco y podría pasar por una mujer de treinta y pocos. “Me encanta un buen vino blanco con ostras. Blanco, he dicho, nunca tinto. Vino tinto y ostras es un no-no. Las ostras son pura energía y también te quitan la depresión. Son un afrodisiaco, cariño. ¿No lo sabías? Cómete cuatro docenas, cariño, y estarás corriendo durante horas buscando algo caliente que llevarte a la boca”.

Varias horas más tarde, un rumor de coches se detiene delante de la puerta del estudio. Llega la comitiva. Quince baúles repletos de ropa empiezan a entrar, uno detrás del otro, en brazos de un séquito de jóvenes rubios y musculosos. Debe haberse traído todo su vestuario. Su representante nos anuncia que Grace está a punto de llegar y el miedo se instala entre los miembros del equipo. En las retinas de todos está aquel programa de televisión donde acabó golpeando al presentador, Russell Harty, por haberle dado la espalda para hablar con otros invitados. Grace Jones no se anda con rodeos. “Me gustan los conflictos. Me encanta la competición, descubrir las cosas por mí misma. Es una característica propia de los niños, realmente, pero te da una cantidad enorme de poder, y la gente se siente intimidada por eso. Incluso tienen miedo de acercarse a mí. Una vez lo hacen, se dan cuenta de que no soy tan peligrosa. No voy a aplastarles la cabeza ni volverme violenta si abren la boca. Es un papel. Siempre estoy actuando, pero la gente se lo toma todo en serio”. Me gustaría decirle que claro que se lo toman en serio, pero yo tampoco me atrevería a llevarle la contraria.

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[Grace Jones, por Mercedes Galán]

“Creo que la parte aterradora de mi carácter viene de la autoridad masculina que reinaba en mi familia. Eran muy religiosos. Ellos me enseñaron eso y yo lo aprendí. Estaba cagada de miedo todo el rato”. Grace Jones nació en Jamaica, en Spanish Town, hija de un predicador que le inculcó, junto a su hermano mellizo Christian, el respeto a la religión a base de mano dura. Iban a misa tres veces por semana y no podían llevar pantalones cortos ni vestidos en público. “Mi madre era muy glamurosa y una costurera increíble. Copiaba todos los patrones de Vogue, de Givenchy, de Yves St Laurent… ¡Era church couture, cariño!”. Pero no solo era una modista estupenda, también era una gran atleta. “Mi madre era saltadora de altura y estuvo seleccionada para ir a las Olimpiadas, pero entonces, salió en el periódico que se había casado con mi padre y la iglesia presionó para que la sacaran del equipo olímpico diciendo que no podía enseñar las piernas en público. Así de poderosa era la influencia religiosa”. La joven Grace heredó la genética de su madre. Alta, fuerte y extremadamente delgada, detestaba sus piernas por verlas demasiado escuálidas. Cuando tenía catorce años, su familia se trasladó a Siracusa. “Era la única chica negra del instituto. Tenía el pelo afro, acento jamaicano y parecía tremendamente vieja”. Quería ser profesora de idiomas -“hablo francés, español, japonés, italiano y alemán”-, pero todo cambió cuando conoció a unprofesor de teatro. Dejó la Universidad, su intención de convertirse en profesora de español y se marchó a Philadelphia para estudiar teatro. Pero el interés le duró poco. A los dieciocho, volvió a Nueva York, se unió a los Ángeles del infierno, probó el ácido y empezó a trabajar como modelo. Ahí empezó todo.

“Nunca he hecho el esfuerzo de hacerles creer a mis padres que todo era perfecto. Les he enseñado lo peor, y pensé que si podían aceptar lo peor… No me gusta la gente que esconde cosas. No somos perfectos, todos tenemos cosas que la gente no quiere ver, y a mí, me gusta enseñar mis defectos”. El aspecto físico con el que Grace Jones llegó a Nueva York no era el que todos recordamos. Ese no llegó hasta principios de los ochenta, pero aún así tenía un físico imponente y un carácter difícil. Fichó por la agencia de modelos Wilhelmina y pronto empezó a participar en anuncios y sesiones para Elle y Vogue, sacando de sus casillas a los conservadores publicistas de la época. “Mi imagen era siempre demasiado fuerte para ellos. Por eso decidí irme a Europa. Allí encontré una actitud completamente diferente. A los europeos les gusta una mujer fuerte”. Se instaló en París, compartiendo piso con Jerry Hall y Jessica Lange. Las tres se habían conocido gracias a Antonio López, ilustrador, fotógrafo y responsable de que las tres llegaran a convertirse en estrellas. Rápidamente se integraron en la sociedad parisina. “Una vez nos invitaron a las tres a una recepción en la embajada americana, no recuerdo con qué motivo, pero estaba lleno de Ministros franceses y Grace apareció vestida únicamente con un collar de huesos. Había que verla, paseándose desnuda delante de todos aquellos Ministros…”, cuenta Jerry.

Pero Grace pronto se cansó de París, de modelar y, seguramente, de Jerry Hall, así que cogió las maletas y volvió a Nueva York. Allí decidió que quería ser cantante y aprovechó el auge de la música disco para convertir una de sus principales obsesiones en una carrera. Contrató a un manager, un agente de prensa y a Tom Moulton, el productor estrella de la música disco, para que produjera su primer disco. “Hice mi debut en el Estudio 54, en una fiesta de Nochevieja. Fui la primer artista en actuar en directo allí”. Convencida que la música era lo suyo, se afeitó la cabeza y las cejas y fichó para Island Records en 1977, sacando tres discos en tres años. En aquella época conoció a Andy Warhol y se convirtió en una de las musas de la Factory. “Colaboradora, no musa”, apunta, “iba cada día a la Factory, a comer, a hablar o a cualquier cosa. Andy quería saber todo lo que pasaba. Solo éramos un grupo de gente que amaba el arte y el mundo de la cultura. Yo en aquella época trabaja de modelo y había empezado a cantar”. Y así es como conoció a uno de los hombres de su vida. Posiblemente el que más la influyó. Jean-Paul Goude era director de arte y se conocieron en Les Mouches, uno de los clubs neoyorkinos donde Grace solía acudir. La primera vez que la vio fue bailando en topless delante de decenas de gays mientras sonaba su propio single “I need a man”. Él fue el responsable de la transformación física de Grace Jones. Le cortó el pelo a cepillo, la maquilló y le dio el look andrógino que la haría famosa. Y por si todo esto era poco, tuvo un hijo con ella, Paolo.

Tras Goude, llegaron las cortes de vikingos. Hombres fuertes, musculosos y preferiblemente rubios. Dioses hercúleos que le daban a ella un aspecto todavía más fiero. A Dolph Lundgren, el más célebre de todos, le conoció en Australia. “La Esfinge y el Coloso de Rodas”, les bautizó Helmut Newton, autor de la mítica foto de la pareja totalmente desnudos. Unos Adan y Eva sueco-jamaicanos. Helmut adoraba a Grace Jones, al menos, desde la distancia. “Cuando era modelo, él me llamaba constantemente para trabajar pero entonces, cuando llegaba a su estudio, me decía “¡Dios mío! Había olvidado que no tienes tetas”, y me mandaba de vuelta a casa otra vez. Al final, terminamos trabajando juntos bastante y mis tetas no fueron nunca más un problema, porque se enamoró de mis piernas”. Y desde luego, no fue el único. Mientras su carrera como cantante alcanzaba un notable éxito -era la época del Nightclubbing-, el cine reclamó su presencia. De hecho, fue ella la que consiguió que Lundgren pasara de ser su guardaespaldas a una estrella. Igual los rumores sobre el tamaño de su miembro también ayudaron, pero son todo suposiciones.

Grace encadenó tres papeles míticos, que consiguieron abrirle un hueco en la historia del cine. Primero fue Zula en Conan, el destructor. Luego, la villana May Day en Panorama para matar. Y por último, Katrina, la jefa de los vampiros en Vamp. Tres personajes que han terminado convirtiéndose en iconos, pero sin duda, hasta la fecha no ha habido nadie que le haya plantado cara a James Bond mejor que ella. “Roger (Moore) tenía esa broma que hacía justo antes de rodar las escenas de cama. Siempre guardaba algún tipo de artefacto debajo de las sábanas y cuando te metía dentro, intentaba asustarte con eso. Yo había escuchado el rumor y me fui con mi amiga Barbara Broccoli, que estaba encargada de cuidarme durante el rodaje, a atrezzo para jugársela a él antes de que me lo hiciera a mí. Cogimos un enorme dildo negro y le pusimos manchas blancas para que pareciera que tenía una enfermedad. Cuando volvimos al set y tenía que quitarme el albornoz, me lo puse entre las piernas y salté sobre él. Roger empezó a gritar y reírse a carcajadas. Luego, me enseñó lo que tenía preparado para mí. ¡Era como una especie de zanahoria con seis cabezas!”.

La llegada de los noventa supuso un descanso en la vida de Grace Jones. En 1989 decidió que no iba a publicar ningún álbum nuevo y centró su actividad en apariciones televisivas, documentales, algún pequeño papel en el cine y en su hijo Paolo. “Nunca hago nada que alguien más esté haciendo. Prefiero dejar la música y convertirme en granjera, o hacer algo de crochet. Para mí, no hay nada peor en la vida que hacer algo que no implique pasármelo bien”. Y así lo hizo. Tardó más de veinte años en grabar un disco. Hurricane no se publicó hasta 2008. “Muchos artistas me han pedido colaborar conmigo, pero por regla general, no actúo con nadie. Lady Gaga misma me lo ha pedido, pero no tengo ninguna intención. He visto que muchas de las cosas que lleva ya las llevé yo antes y eso me molesta. Prefiero trabajar con alguien más original, alguien que no trate de copiarme. Me hubiera gustado cantar con Amy Winehouse, es la única voz de los últimos años que me interesa”.

Ahora Grace Jones ha cambiado. Se lo intento explicar a los miembros del equipo pero no me hacen caso. Les leo unas declaraciones para que confíen en mí, pero tengo la batalla perdida. Creen que les va a pegar un puñetazo a la mínima. “Ya no salgo de fiesta. Nadie sabe realmente cómo es salir de fiesta conmigo. Ahora soy una persona hogareña. Me gusta tener mis pequeñas fiestas en casa, especialmente porque ya no hay ningún sitio interesante donde ir. ¿Que si he cambiado con los años? Claro que he cambiado. No soy tan impaciente como era antes. Solía pegar a la gente si no me gustaba lo que decían. ¡Bam! ¡Cállate! Era terrible”. Pero este cambio solo ha sido internamente. Niega haberse sometido a ninguna operación de cirugía estética. “Nunca me cortaría a mí misma. Además, mi madre tiene ochenta años y no tiene ni una arruga. Nunca me veréis como una mujer vieja”. Las puertas del estudio se abren y una figura envuelta en un abrigo de piel hasta los pies entra riéndose. Lleva un sombrero peruano y botas de nieve. Pide una copa de vino tinto y una pajita. Aprovechando el momento, me acerco a hacerle una pregunta. Miss Jones, ¿qué haría su pudiera ser un hombre durante una semana? “Me presentaría a presidente de los Estados Unidos”. Por fin, empieza la sesión de fotos, ocho horas después de lo que estaba previsto…

(*) Todas las declaraciones de Grace Jones son fragmentos reales pertenecientes a diversas entrevistas que ha ido dado a lo largo de los años.

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El Hombre Confuso es blogger y escritor, publica en elhombreconfuso.com www.doze-mag.com