Cada septiembre, junto con la vuelta al cole y la dolorosa en forma de VISA, llega el otoño para fastidiarnos un poco más el retorno a la realidad. Esa nueva estación de paso al crudo invierno tiene fama de nostálgica, trae consigo la niebla mañanera, las hojas van pasando por toda la gama del rojo hacia el naranja para terminar cayendo sin remedio.
Las tiendas cambian el escaparate, los maniquíes se abrigan, hasta se ve algún jersey de cuello de color mostaza (horrible a nadie le queda bien este color, pero todos los años se empeñan en vendérnoslo –bref, palabra francesa a la cual soy muy aficionada y significa “a otra cosa mariposa”), que el mundo de la moda se pone en marcha y empieza la ronda de los pasarelas en todas las ciudades más fashion… Y Madrid no podía ser menos. ¡Si en agosto hemos recibido a esa Rock Star llamada Benedicto XVI cómo no vamos a organizar una Fashion Week en septiembre! Madrid es ciudad de eventos ante todo. El día que nos den los J.O. (Gallardón lo acabará por conseguir por plasta y a cuesta de arruinar a los madrileños) Madrid será el primer destino interplanetario en caso de invasión extraterrestre, y yo sólo digo que tanto llamar la atención no puede ser bueno…
Pero a lo que iba (sí, tiendo a desvariar), yo venía a hablar de MODA, y eso que admito que me interesa poco. Sobre todo los desfiles, y por varias razones además; paso a enumerarlas:
1ª) necesito visualizarlo todo y en este caso no consigo meterme en la piel de unas niñas de 20 años (si eso…), que tienen la tallo 0 (si eso…), con cara de mala leche (si eso, porque a veces el maquillaje o las excentricidades del diseñador no la deja ni ver), y que además andan con el paso de un caballo jerezano domado (si eso, porque a veces con los tacones no lo consiguen y optan por el paso cruzado que hace que se les bailan sus nalguitas de adolescente pre-púber).
2ª) porque la alta costura es arte -dicen los entendidos–, y claro, muchas veces no lo entiendo ni me lo puedo comprar con lo cual mi interés es igual de pobre que mi cuenta corrientísima. Hala, podéis llamarme inculta ordinaria.
3ª) me pasa un poco como con la Formula 1 y los concursos de belleza, sólo me interesan cuando ocurren cosas tipo accidentes y demás infortunios (sin muertos eso sí), total que lo único que quiero ver es la típica caída de la modelo para poder reírme un rato y luego me siento mala persona, no es bueno para mi karma y mis futuras reencarnaciones, no quiero ser una cucaracha en mi próxima vida.
Total que mi relación con la moda se limita al shopping en mi centro comercial de cabecera, y últimamente tampoco resulta ser muy satisfactoria. La razón principal es que tengo 44 años y una hija de 15.
Me explico: cuando yo tenía la edad de mi hija, mi madre vestía de madre. A saber, que como mucho se plantaba un vaquero para estar cómoda en casa. Su fondo de armario era muy de fondo: camisas blancas, rebecas, faldas rectas en tonos oscuros y vestidos de flores tipo bata para el verano. Además renovaba su vestuario de pascuas a ramos, o sea cuando las costuras reventaban por culpa de las hormonas de la edad (así era como justificaba sus kg de más).
Las mujeres de hoy en día, bueno las cuarentonas de buen ver, no nos vestiremos así ni a los 70’s. Somos de otra época, la del prêt a porter, la del no planchar, la del consumismo fácil a base tarjetas, y la maternidad ya no significa volverse una señorona. Al contrario, mi ropero está lleno de camisetas del Stradivarius, top’s del Berschka, pitillos de Pepe Jeans (para que veáis que no soy una choni sin remedio), vestidos de Zara (pero no de Zara Woman sino de la sección joven) y demás gangas del Primark.
Hasta aquí todo normal, sí, hasta que mi hija empezó a frecuentar las mismas tiendas, y, lo peor, a comprarse cosas que yo me hubiese comprado para mí. Y es evidente que todo lo queda mejor, la 36 siempre queda más mona que la 42 cuando una tiene la misma altura ¿me entendéis verdad?. Allí es cuando todo se torció, porque me obligó a plantearme una gran pregunta:
¿Acaso estoy en trance de volverme una Obregona? ¡Dios con lo que la odio y lo patética que la veo! Y encima ni tengo su tipo, aunque bueno tampoco pasa nada: tiene unas patucas de gallina que me ponen la piel igual.
Ipso facto me vino otra pregunta tortuosa: ¿qué se supone que tengo que comprarme, qué es lo acorde a mi edad, qué coño me queda a mí?
Pues el panorama me resultó desolador. Acudí a la sección señora del Corte Inglés y demás secciones “Mujeres o Women” de tiendas de toda la vida y nada me convenció. Si trabajase en algún ministerio o en un banco su colección tendría un pase, pero no es mi caso. Huelga decir que mis pintas tampoco convencieron a las dependientas, que se parecían a unas directoras de internado y me daban un poco de miedo; no paraban de decirme “le puedo ayudar en algo” y ante mi negativa se les congelaba la sonrisa y me miraban como si les iba a manchar el género. Cuando descubrí que la imagen de la marca Punto Roma es Norma Duval definitivamente desistí en mi intento. Pensé que de ahora en adelante llamaría la tienda Punta Norma, joder entre la Duval y la Obregón, qué hartura de viejas glorias por dior…
Me visto así y sólo me queda ofrecer Ferrero Rocher en Nochebuena.
Fue entonces cuando descubrí la sección casual, o sea lo arreglá pero informal de toda la life. Bueno, esto ya me pega más, pero al fin y al cabo es lo mismo que te proponen las tiendas que mencioné antes pero en su versión más cara, supuestamente de mejor calidad. Yo que pensaba que todo lo hacían en China o en la India… Jatetú…
Arrastré mis pies por los pasillos del centro comercial (apunto estuve de dejar que me los comiesen unos pececitos turcos, pero unas chonis gritonas “ay que cómo mola tía, es como cuando mi churri me hace cosquillas con el rabo de zorro que cuelga del retrovisor del buga” me echaron patrás) y entré en una tienda digamos alternativa, vamos trapos de algodón 100% colgando de todas formas al estilo hippie. Me hizo gracia pero claro en Madrid como que no, a no ser que te quedes en paro y te plantees hacer malabares en los semáforos, y hasta pensé en mudarme a Ibiza… Salí también escopetada antes de caer en la tentación de comprar unos pantalones bombachos de colorines (los tuve en la mano, apunto estuve de, que diría Bosé, todavía no me repongo)
Un rato desanimada me encontraba cuando me sonó el móvil: “mamaaa que estoy en Stradivarius, pásate que te quiero enseñar algo que me gusta”. CÓMO NO, siempre encuentra algo que le gusta, y como todo le queda bien además.
Cuando llegué, me propuso mirar varias tiendas antes de comprar (qué bien educada la tengo) y como ya había tirado la toalla en cuanto a mi propia búsqueda, la acompañé. De camino pasábamos delante de los escaparates de las tiendas que visité, le enseñaba cosas de mujeres serias y ella me miraba extrañada.
– «y cuándo te vas a poner éso?¿»
– «pues no sé pero se supone que es lo que me toca por edad?
– «ah y desde cuándo haces la cosas que se supone son de tu edad?
– «ejjjjjj ?¿?¿¿ no sé, pero es que no puede ser que compre lo mismo que tú te compras»
– «Mamaaa tienes la crisis de los 50 qué te pasa?¿»
– «oye que sólo tengo 44 un respeto»…
– «Pues déjate de chorradas, he visto unas cosas en Mango que son muy de tu estilo… unos pitillos negros con unas camisetas de rayas roja y negra con flores, vamos pensé eso es pa mi madre…
Y juntitas en complicidad nos fuimos, y sí me quedaba bien el modelito y sí era mi estilo y sí me lo compré. Cuando salí ya del todo reconfortada pensé en lo tonta que fui y le dí las gracias. Claro que ella es más joven, delgada y guapa pero tiene 15 y yo con 44, a fin de cuentas, me sigo viendo joven y digamos que sólo un poco más vieja y gorda jajajaja…
Está claro que todo está en la actitud. Si siempre lo dije no sé cómo se me pudo olvidar. Así que seguiré con mi moda a mi modo.
Cruela de Val