La importancia de llamarse «directora»

antoniamag-Miranda-Priestly-the-devil-wears-prada-204928_930_1400Hace cosa de poco menos un mes, Mònica Escudero, directora de Barcelonés y Madriz, me pidió que colaborara en su publicación con un texto (no demasiado largo) en el que explicara el tratamiento que se le da la a cultura en las revistas femeninas actuales. Este tema daría para un libro entero, y no para una columna de opinión, así que lo hice lo mejor que pude, teniendo en cuenta que no soy periodista.

Como quiera que a mi señor esposo le parece que, aunque divertido, los 1800 caracteres no hacen justicia a mi pluma, he querido «ampliar» el tema con este artículo.

(Os invito a que vayáis al quiosco y compréis el Madriz, pero no por mi columna, sino porque toda ella es una delicia para los ojos y el pensamiento crítico)

Os aseguro que se escuchan más burradas dentro de un despacho de dirección que en una tasca un día de fútbol Habrá quien se haya divertido con esa descripción que hago de una reunión de redacción, que comienza con la firme intención de elevar los contenidos de la publicación y termina como viene siendo habitual: pasándose por el forro todo aspecto cultural que no sea «mono», atractivo e insustancial.

Pero no creo que a nadie que trabaje en una cabecera femenina de este país se le ocurra llevarme la contraria y decir que es exagerada esa conversación que transcribo. Os aseguro que se escuchan más burradas dentro de un despacho de dirección que en una tasca un día de fútbol.

Mi reflexión, mi guasa y, a ratos, mi ira, vienen a colación porque se supone que quien dirige una publicación es responsable de su contenido. Tanto del que se publica como del que se censura. Y se censura un montón, que lo sepáis, y por las razones que exponía en mi columna del Madriz, porque el protagonista no es guapo o no es joven, o el contenido «da bajón» (traducción: te hace reflexionar), o, simple y llanamente, no sirve para vender colonias o bolsos.

El último sapo que me he tragado a este respecto fué ayer, cuando una amiga (que maqueta una revista femenina) me comentaba que le han pedido que en una foto en la que una famosa salía con una niña enferma en un hospital (muy muy enferma), cortara el plano de tal modo que a la niña prácticamente no se la viera. Obviamente la cría habrá tenido días en los que estuviera más bonita, pero es que, fíjate, resulta que está esperando un transplante y ese día no llevaba maquillaje ni había ido a la pelu.

Yo me pregunto: si el reportaje va sobre famosos que aportan su imagen a una fundación que visita niños enfermos en el hospital, pues habrá que sacar a los niños ¿no?. Y si no, pues haga Vd. una producción de moda con esta famosa, con un estilismo de Adolfo Domínguez, y unos niños monísimos sacados de un cásting, y titúlela «Qué guapa y que buena es X, que visita niños malitos» (pero estilosos).

A las lectoras les mostramos un mundo tan irreal que cuando se dan media vuelta piensan que su vida, su trabajo, sus hijos, su marido, sus amigas, donde come, lo que come, cómo viste… todo lo que es su universo, es mediocre porque no tiene tantos colorines, ni ella lleva ese pelazo cuando va a comprar el pan.

Los que dirigimos publicaciones (y aquí, aunque no sea periodista, me incluyo), tenemos la responsabilidad de no tratar a la lectora como si fuera gilipollas, ofreciéndole contenidos tan estéticos en la forma como olvidables en el contenido. ¿Es que acaso una publicación femenina sólo debe hablar de cosas bonitas y agradables? ¿De cuántas maneras se puede estirar el tema de lo que se va a llevar, cómo te vas a pintar, cómo llevarás el pelo esta temporada? Gracias al ingenio de los redactores de belleza y moda (pobrecicos), de muchísimas. Pero me parece que ya está bien, que el modelo está agotado.

Del mismo modo, y nuevamente teniendo en cuenta que somos responsables de lo que publicamos, deberían rechazarse temas que sabemos que son barbaridades perjudiciales para la salud, como los editoriales de moda con niñas esqueléticas, o los bombardeos de artículos sobre la dieta Dukan, o esas zapatillas de «andar massai» que nos van a poner el culo como la Kylie Minogue.

A la lectora, los editoriales de moda con palillos las hacen sentirse como ballenas. Que alguien ponga, igual que se pone un cintillo con los agradecimientos, que las fotos se retocan, y que pelos, granos, moretones, poros, celulitis, hasta el tono de piel… todo se retoca. A muchas les sorprendería comprobar que de cerca y sin maquillar muchas modelos dan hasta susto. Y que ese pelazo que luce tal, no es más que un postizo de pelo que las más profesionales suelen llevar en su bolso, y al que cariñosamente llamamos «el gato muerto».

Las dejamos desamparadas (a ellas, que nos siguen desde hace años) recomendándoles una dieta, entrevistando al chamán que la recomienda (y de paso su libro, que acaba de publicar y que lo está petando), para, tres meses más tarde, decirle que no se fíe de las dietas milagro, y que según no se qué estudio esa dieta tan maravillosa (que hace nada decíamos que era la bomba) causa problemas de riñón e hígado.

Además, las zapatillas de andar massai (más de 200 pavos del ala las originales) sólo son efectivas si das la vuelta al mundo con ellas…

Nos vais a volver locas, maris.

Desde aquí os pido, compañeros del gremio de la dirección editorial, que os pongáis un poco las pilas, que las antonias porque ya estamos muy espabiladas, pero hay que tener un poco más de sentido común y un mucho menos de ambición a la hora de incluir contenidos en una publicación. Veréis como, cuando os vayáis a dormir, no os hará falta ni la pasiflora ni el orfidal. Es lo que tiene tener la conciencia tranquila.

Mabi Barbas