La Navidad es cosa de gordos

antoniamagazine-xmas-cat-entrada

bfcc-big-fat-xmas-cat

La navidad me da pánico, antonias. En la ultima visita a mi tarotista coincidí con una antigua compañera de colegio, la típica chica popular de larga melena morena, andares orgullosos y delirios de grandeza de actriz de hollywood de los años 50. Laura Valladares, la estruendosa y altiva Laura Valladares. De aquella pin up de la niñez no quedaba ni el pin. Ante mi se erigía una mastodóntica madre de 4 hijos, adicta a su matrimonio, su tienda de regalos y bisutería barata y su tinte violín (si, aún existe, creedme) devorando una bolsa de cortezas de cerdo como si le fuera la vida en ello.

El mero hecho de ver cómo las migas le caían sobre el escote me provocó maás nauseas que el suéter de cachemir de mercadillo que lucia mi paquiderma amiga. Porque si, antonias, lo reconozco, soy un bicho malo y no soporto a las que después de liquidarse a golpe de encía más de 2000 calorías echan la culpa a los embarazos múltiples, la tiroides, el estrés, la píldora anticonceptiva y demás historias.

Mi tarotista me advierte de cambios fuertes en 2012, me saca 100 eurazos del ala y salgo con la mayor dignidad del mundo a la Gran Vía de Madrid a fagocitarme la extra. Y si, salgo espantado porque soy hombre, voy camino de los cuarenta y me considero adepto a la secta de la delgadez. Comer cortezas y mantenerse como una sílfide es algo que solo lo puede hacer Mario Vaquerizo y no el resto de mortales como mi ex compañera Laura “Grasadares”. Mi primera dieta formó parte de mi vida cuando a los 14 años le robé la Ragazza a mi hermana pequeña y empecé aquel plan de adelgazamiento para conquistar al chico que te gusta. El resultado fue nefasto ya que mi madre es muy suya y los prohibidos platos con cuchara eran inevitables en el comer diario. Ya en la universidad fue mas sencillo porque los tupperwares de mamá dieron paso a las ensaladas aliñadas sin aceite, que me permitieron convertir cada mediodía en un selecto ágape donde la palabra gourmet no supusiera una ordinariez.

Actualmente no estoy para nada a favor de las dietas y si del veneno de mi voz de la conciencia que me escupe lindezas a diario relacionadas con el autocontrol y la mesura. Mi gran problema son los dulces, que los adoro. Es todo un reto conseguir que la cantidad de hidratos necesaria para un día sean los maestros reposteros capaces de concentrarla en tan deliciosos alimentos. Cuando te has acostumbrado a ingerir 1300 calorías diarias, comer un pastel de chocolate te hace sentir como si hubieras apurado hasta el ultimo plato en una bacanal romana o en un valhalla vikingo. ¿La solución? Unos hacen deporte, otros adaptan la dieta, otros deciden no caer en semejante aberración y se comen una manzana, y otros nos deprimimos y optamos por la flagelación psicológica, con su consiguiente enganche a la novela romántica y el prozac.

Y claro llega la Navidad y uno ya pierde la cabeza con tanto anuncio de chocolate, bombones y mantecados. Está claro que la Navidad la han fabricado para que nos encumbremos en lo más alto de la gordura y la dejadez humana. ¡¡¡Pero si hasta Papá Noel es gordo!!!. La excusa de que es el momento para que la familia se reúna es el motivo que tienen los gordos vocacionales para rebozarse en el pecado de la gula y disfrutar como un cochino en un charco. De eso estoy seguro. Vas al trabajo y más comilonas. Quedas con amigos y despides la navidad poniéndote hasta arriba. Luego están las cenas de antiguos amigos, de antiguos compañeros de trabajo, de antiguos alumnos (donde te encontrarás a la Valladares poniéndose fina filipina), vamos, un horror.

El sushi y los germinados dan paso a asados y parrilladas de grasa saturada, de esa que no se despega del culo ni con espátula y cincel, ni con martillo hidráulico diría yo. Tu propones un vegetariano, que por cierto también engorda, y te miran con cara de desprecio. Sus ojos les delatan, para ellos eres el asesino de las navidades, ¡márchate de aquí, delgado de mierda!. Tu única salida es enganchar la botella y limitarte a beber, sonreír en cada brindis y no probar bocado fingiendo malestar estomacal precisamente por tanta cena y tanta comida. Pero claro, hay que tener cuidado porque una Antonia beoda nunca sale airosa de un evento o una convención social.

Y dicho todo esto solo me queda anunciar que estas navidades la Antonia que os habla va a cenar pescado al vapor mientras los demás pierden la cabeza. Mi consejo es que ante todo, menos dietas, menos excesos y más pensar en comida sana y hábitos medianamente saludables para que la talla del pantalón siga siendo saludable. Yo por mi parte voy a cerrar el año despidiendo a mi tarotista, que ya está bien de sangrarme por decirme cosas que ya aparecen en los prospectos de los medicamentos, y que creo que es lo que me ha incitado a escribir estas palabras con tan mala leche. Feliz Navidad y Próspero e hipocalórico año 2012.

Zapp Amezcua