GASTRO
Cuando allá por el 90 llegué a Madrid y emprendí esa aventura que se llama vivir en pareja, tenía en mi curriculum culinario muy poco que enseñar. Sabía hacer macarrones guarros (o sea con tomate frito encima y algún que otro trozo de chorizo), freír un huevo (aunque a veces me salía lo blanco quemado por debajo y casi líquida la yema), y poner comida preparada en el horno porque por aquel entonces el microondas era un artilugio moderno poco asequible para parejas recién arrejuntadas.