Hace unos cuatro años, creo, en mi blog hice una reflexión, bueno, un post al que llamé ‘Reflexiones sobre la identidad de una diseñadora en ciernes‘; un título sugerente -al menos a mí me lo pareció y me lo sigue pareciendo- que venía al hilo de la toma de posesión de Josep Font de la casa Delpozo en lo que se suponía que era recoger y moldear el legado de Jesús del Pozo, a quien tuve el placer de conocer hace muchos años en Córdoba y al que admiraba mucho antes de pensar siquiera en transformar mi vida de bióloga con una floreciente y exitosa carrera profesional para adentrarme en las entrañas del diseño de moda y sus entrañas. He dicho entrañas dos veces queriendo, for the record.
Mucho ha llovido desde entonces, en el diseño, en el mundo, en mi misma y en todo lo que me rodea. Mucho ha cambiado y mis opiniones aunque siempre las mismas porque tienen la misma esencia, han modificado argumentos unas veces y se han radicalizado otras, pero siempre para bien, para ser más yo misma y para no asustarme del reflejo que emite el espejo cuando estoy delante de él. Madurar, que le llaman.
Mi intención siempre es buena; el camino, a veces no siempre el correcto. Porque muchas veces elijo sin saberlo el largo, el más largo de todos. A los que ésto les parece un juego de niños, un ‘pinta y colorea’, un entretenimiento de niñas riquispijis les diría que- bueno; justo a esos no les diría ni pescao: no lo merecen (otra de las cosas que te da la madurez es la capacidad de dirimir lo que es o no necesario, justo frente a lo que resta energías o no merece tu sofoco). Pero a los que sí les diría algo, a los que quisieran escuchar, les diría muchas cosas porque soy de conversación fácil, empezando por contarles lo difícil que es encontrar tu sitio en un mundo tan fiero y lo que es peor, mantenerte ajeno y casi virgen en una industria en la que todos ya hacen lo mismo, todos se copian los unos a los otros y en el que la mass media ayuda a globalizar un estilo ya de por sí global, cosa que frena en seco esa búsqueda insaciable que un creador de los de verdad, tiene por meta: su identidad. Lo vemos en las grandes casas y maisones francesas, belgas, americanas, lo vemos todos los días aquellos que tratamos de tener un poco de perspectiva frente a la tendencia. Cierto es que la moda se ha industrializado de tal forma que para un creador resulta hasta tormentoso seguir o atender el calendario que exige estar siempre en el candelero mediático; paradojas de la vida, que los pequeños tratamos de tener la atención que ellos tienen y ellos lo que buscan es el cuasi-anonimato en el que muchos desarrollamos nuestro trabajo. Porque eso es lo que permite crear con honestidad e identidad. Ahí tenemos la noticia estos tiempos, de cómo andan descabezando sin parar casas de moda una detrás de otra ya sea por insultos, por incompatibilidad de caracteres, por cansancio o sequía creativa.
Ya no sé a dónde quería llegar (ea, ya me he liado)
Es tanto lo que se agolpa en mi cabeza cuando reflexiono sobre la identidad creativa; creo que no pude elegir mejor nombre para mi primer blog, ‘Reflexiones desde mi Azotea’, se llamaba. Azotea = Cabecita loca, huelga la aclaración -lo sé-.
Inquieta ésto a alguien como yo, que bucea sin parar por las esencias de las cosas, que se inspira en lo más íntimo. Afortunada me sé, afortunada me siento. Pero una azotea como la mía no puede parar, es difícil que pueda descansar de pensarlo todo; cuelga en mi oficina un folio rasgado en el que escribí -en inglés- con letras bien rojas ‘No tenéis ni idea de lo que una mente creativa puede llegar a sufrir’. Y lo adorné de manchas y salpicados a modo de sangre roja derramada en un frenesí emocional. El frenesí emocional, lo tuve.
La sangre solo fue rotulador.