Todas las que tenemos pareja, para bien o para peor, tenemos una suegra y como es de la familia aún sea política pues no la podemos escoger, tenemos que apechugar con sus virtudes y defectos, no hay tutía, mejor hacerse pronto a la idea de que ELLA es la madre que le parió a muestro chico y que eso siempre será su as en la manga. El poder uterino de una madre es infinito.
Así que yo no soy una excepción, tengo suegra pero no cualquier suegra, la mía es un PERSONAJE, el producto bizarro de una ecuación imposible de resolver, el fruto de todas las vidas que acumuló en sus 84 años de vida (como sepa que divulgo su edad me cruje). Desde que la conozco nunca ha dejado de sorprenderme, de cabrearme, de hacer que pase de las ganas de matarla a matarme a risas con sus descabelladas ocurrencias, es una fiera en todas sus acepciones: la fiera de mi suegra.
Os la voy a presentar para que os hagáis una idea:
Sobrina nieta de todo un Nobel vivió los años del franquismo como unos años dorados… admite haber sido criada en unas totales inopia e utopía.
Quizá por ello, por no haber pasado penurias, por haber podido pisar con garbo las aceras de gran vía, por haber entrado sin reserva previa en las salas de fiestas donde Jaime de Mora y Aragón tocaba el piano – «Jaime era un encanto, feo como un rayo pero mucho más majo que su hermana que es una triste de hacer llorar hasta las piedras, no me extraña que no pudo concebir; esa mujer está seca por dentro, ¡menos mal que se casó con el soso del Balduino! porque en España no tenía porvenir, todo hay que decirlo somos muy festeros y ella tiene la juerga de un funeral de tercera» – por haber pasado los meses de calor en una estación balnearia alicantina con baúles, chófer y servicio incluidos, por haber tenido cuentas abiertas en todas las boutiques de Madrid y esas mismas cuentas pagadas a final de mes por un padre déspota a la par de amante, por haber vitoreado a Miguel Dominguín en las Ventas y compartido modista con Audrey Hepburn (aún sea brevemente, lo admite) y brindado una vez con su marido Mel Ferrer… Sí quizá por todo ello mi señora suegra tiene una peculiar concepción de la vida.
A pesar de haber sido criada para ser una mujer florero de buena familia, ella nació con un gen indomable, siempre ha hecho lo que le daba la real gana. Así que en uno de esos tediosos meses de verano no se le ocurrió otra cosa que dejarse embaucar por un guiri, obrero del ferrocarril que pasaba por allí. Una que se aburre oye, le puede pasar a cualquiera.
El fruto de esa relación, alias mi C, nació en el pecado más original porque no me digáis que no, ¡vaya padres más dispares! Nada se pudo hacer para remediarlo, ni una boda express con niño prematuro, el padre de la criatura en camino no tenía el divorcio de su primera mujer… Así que la mandaron a parir en el país de su amante – «pudiese haber hecho como mis amigas que se iban de fin de semana a Londres pero YO soy una madre a cualquier precio, casi maté a mi padre del disgusto eso sí pero por mi hijo yo sacrifico lo que sea hasta el buen apellido de mi familia, estás avisada. Una vez instalada allí se topó con la cruel realidad de su propio país y descubrió que lo de los inmigrantes a la fuerza no era un cuento de chino comunista, eso sí jamás se mezcló con ellos no tengo nada en contra de los rojos, pero hija no tenían mi clase, no es cuestión de política es cuestión de educación, además hablar de política y privaciones me aburre soberanamente y es de mal gusto, si esta gente ya estaba aclimatada al clima del norte, tenían trabajo y una jubilación, de qué se quejaban, si tan mal estaban no se hubieran quedado allí».
La adaptación a su nueva vida no fue un camino de rosas. Nadie la había preparado para ser ama de casa ni muchísimo menos para ser la mujer de un obrero con sueldo base. «El pobre Víctor me contaba hasta las rodajas de salchichón y yo le decía: haz el favor de no ser un rancio, pero aún así me contestaba que mejor me haga a la idea de que ya no era rica y te digo una cosa querida: el amor es ciego pero yo nunca fui una iluminada, no nací para monja y no tenía ninguna intención de enclaustrarme ni de hacer vida monacal, así que le dije; “¡Víctor si yo te seduje fue por mi porte regio así que no hagas de mí una cenicienta de extrarradio!” y lo entendió perfectamente; se cogió un trabajo por las tardes haciendo traducciones para poder llegar a fin de mes, es que era tan listo y me quería tanto y tuvo que aguantar que los vendedores a domicilio le preguntasen por la señora de la casa al escuchar su acento de criada española, yo les miraba desafiante y les decía “acaso las chachas tienen esta percha, paleto tú quien no sabe reconocer a una dama ni cuando la tienes delante”, y les cerraba la puerta en toda su estúpida cara”. Pero se adaptó y lo hizo con éxito «los hombres me miraban porque yo era más guapa que sus mujeres. Es que las belgas no sabéis andar con tacones, además sois todas de pantorrillas anchas» y aprendió a disfrutar con las libertades que le ofrecía este país lluvioso pero sin generalísimo en el medio y centro de todo.
Poco a poco llegó a amar Bélgica más que la piel de toro y se integró perfectamente a este barrio burgués de Bruselas donde su marido a fuerza de horas extras y sacrificio le construyó un chalet unifamiliar y cuando digo le construyó es literal porque la mayoría de la obra la hizo él mismo: «Los Belgas, todo hay que decirlo, son unos hombres muy apañados, mi padre que en paz descanse jamás hubiera montado ni una mesa del Ikea, claro él era más de ponerle pisos a sus amiguitas del ministerio, rubias todas y con mucho pecho, siempre tuvo un gusto exquisito».
Cuando lo que tenía que ocurrir ocurrió y el amor de tanto usarlo se acabó «lo nuestro fue como un 14 de julio francés cuando los petardos se quedaron en pólvora mojada no hubo forma de reavivar la llama y Víctor cansado de una mujer que no le hacía caso, que se pasaba más tiempo en España que en su casa y cuando volvía al hogar se deprimía por la falta de luz, se la pegó con la dependienta de la tienda de electro doméstico del barrio – fue la envidiosa de mi vecina la que me lo contó, me tenía manía desde que pilló a su marido admirando mis pechos, claro quería verme derrumbada pero no le dejé ese gusto, hice como si ya lo supiera, encima la susodicha que me robó el marido era más vieja y fea que yo, imagínate qué falta de recursos demostró Víctor ya se ve lo desperado que estaba por no estar a mi altura ni quitándome los tacones y soltándome el moño lo conseguía».
Bueno a modo de presentación creo que basta para haceros una idea de cómo es ella. Con este curriculum, juro que abreviado, nunca he salido de mi asombro desde el día que la conocí allá por el año 90. Desmontó todo lo que yo pensaba haber aprendido sobre suegras y mujeres españolas en general: me esperaba encontrar a una mujer bajita morena de piel y melena, envejecida por el exilio, amante de su familia, generosa en carnes y guisos y me encontré con ELLA, Doña Carmen, alta, rubia, pechugona, inútil en la cocina, rencorosa con la hermana que según ella siempre prefirieron sus padres por ser la mayor y de delicada salud.
FUE UN SHOCK.
Lo primero que me dijo al conocerme fue “pero si eres un crío, ¿por qué llevas el pelo tan corto?, no serás una de esas feministas que se jactan de no necesitar a un hombre que la proteja porque sepas que a los hombres sólo les gustan ese tipo de mujer para irse a la cama, pero después si te he visto no me acuerdo, si yo te contará ¡anda que no me ha traído mi hijo chicas a casa!, menos Ana, que era tan mona, ninguna se quedó más de dos noches”
No supe ni que contestarla, en una frase había conseguido soltarme que uno: yo no era muy femenina; dos, que en ese momento apostaba a que mi relación con su “chato” (como le llama a mi C) duraría menos de tres polvos; tres, que la ex de mi presente era más mona que yo.
Sorprendentemente, pese a este mal principio, la cena discurrió distendida y acabé rendida ante su arrolladora personalidad (eso nunca lo admitiré ante ella). Y ahora, después de 21 años con su hijo, puedo decir que sí. mi suegra, a pesar de los pesares, me cae bien aunque hay días en los que admito que LA MATARÍA.
Algunas personas consiguen tener una vida de libro, ella es una de esas, así que aquí estoy dispuesta a contar mi vida con la Fiera de mi Suegra, la madre que le parió y de paso escuchar vuestra propia experiencia “suegril” y aconsejaros en la medida de lo posible…
Nos vemos en el próximo capítulo: cuando la fiera de mi suegra se plantó ante la roba-maridos de la tienda de electro domésticos. ¿Adivinad cual fue su reacción ante los cuernos?
Cruela De Val… alias la domadora de fieras y de suegras en sus momentos de ocio.