«El dinero es lo más barato del mundo, la libertad lo más caro» (Bill Cunningham)

Cuando Anxo López me propuso hace unas semanas ser una de las participantes en el evento «Capital y cultura» que organizaban los creadores de Miudo.es, me sentí primero halagada y luego bastante acojonada. Sufro a menudo el llamado «síndrome del impostor», que viene a ser no creer que alguien tenga interés en escuchar lo que pueda opinar sobre un tema concreto. Para alguien que tiene una formación dispersa (por los diversos ámbitos, no por no llevarla a término), principalmente autodidacta, y a la que a menudo se la ningunea precisamente por no tener más que una vasta experiencia, pero ningún papelito con sello y firma del rey que toque en ese momento, la sorpresa viene seguida casi siempre de eso, de pensar que me tienen en muy alta estima, más de la que yo misma considero tener.

Pero luego me dió por analizarlo, y pensar que a lo mejor por eso es porque les interesaba lo que podía decir alguien que se lanza al pozo sin fondo de crear un medio digital online, sin financiación de  ningún tipo, sin ingresos ni beneficios económicos… contar el por qué me metí en este fregado.

Del miedo escénico que casi siempre me atenaza en estos casos, pasé a participar activamente en la charla. Creo que precisamente aporté el escepticismo al tema. Porque de lo que trataba la charla era precisamente del capital y de la cultura, si pueden ir unidos o están enfrentados, si hay un modelo sostenible de empresa cultural o hay que pagar un peaje ético y personal para ello.

Sinceramente, y tal y como dije aquel día, no creo que la cultura y el término empresa puedan ir nunca de la mano. O al menos es muy difícil. Del mismo modo que las políticas sociales y los servicios públicos no deben considerarse jamás como empresa que debe dar un beneficio económico. Eso no es posible. Es un servicio. Y los que hacemos esto sin sacar beneficio, y muchas veces poniendo dinero de nuestro bolsillo, lo hacemos como un acto de fe más que como un negocio.

Una empresa cultural no puede ser rentable si no se la considera como un negocio, con la finalidad no solo de ser sostenible (como apuntaba una de mis compañeras en el debate), sino de crecer y crecer. Para ello se necesita financiación, y para la financiación hay que pagar una serie de peajes que lo mismo se dan de bofetadas con el proyecto en sí, por ética, fundamentalmente. Cualquiera que trabaje con marcas, agencias y, principalmente, con estamentos públicos, lo sabe. La lista de cosas que no se pueden hacer o decir aumentan de tal modo que ya no sabe uno qué coño estaba haciendo.

También se apuntó el agotamiento físico e intelectual que supone para todos los que promovemos cualquier tipo de manifestación cultural ir buscando el dinero para hacer las cosas. Dejamos claro que eso puede suponer un 75% como mínimo del tiempo que le dedicamos al proyecto, dejando muy poco espacio para comisariar, editar o incluso investigar. Se nos va la vida buscando la pasta. Eso agota y desanima.

La «solución» se aportó casi al final del debate, llegando a un lugar común: el ideal sería dividir el equipo. Por un lado, los gestores culturales; por otro, los gestores económicos, siempre y cuando estos gestores económicos estuvieran comprometidos con el proyecto y buscaran la sostenibilidad antes que el crecimiento.

Es decir, como casi en cualquier debate, acabamos hablando de una utopía.

pd (me he apropiado descaradamente de la cita de Bill Cunningham que titula este artículo porque explica claramente por qué no he hecho que ANTONIA MAGAZINE sea de pago… Aunque es una idea que me estoy pensando)

El evento Capital y Cultura se celebró en el espacio Dcollab de Madrid.

 

1 Comment

  1. Es como si lo estuviese escribiendo yo mientras lo leo.

    Joder, qué grande eres, Antonia.

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