Soy Lo Peor – CAPÍTULO 8

bolleria

La maraña plateada de relámpagos, bordada en el cielo nocturno y carente de estrellas, fue el faro de guía hacia la salida. No me molesté en mirar al rostro del asesino, así de un brazo a Elisa Tortorici, y tiré de ella. Un trueno hizo temblar el firmamento y que la luz se desvaneciera, dejando de nuevo a ciegas la oficina. Palpé la puerta hasta dar con el pomo, no muy lejos de nosotras, Erebus agitaba la vara de hierro, confiando en exceso en su suerte. La abrí y salimos al pasillo, desorientadas pero decididas a salvar nuestras vidas. Sabía que Erebus no tardaría en alcanzarnos si no nos arriesgábamos a bajar las escaleras completamente a oscuras. Si volvía la luz, sería nuestra perdición. Tiré de nuevo de Elisa, que parecía no querer avanzar y dejarse cazar. En algún punto entre los pisos octavo y séptimo, se encendieron de nuevo los tubos de neón de cada planta, de cada oficina. Paré en seco, afinando el oído. No se oían pasos, aunque notaba que su presencia no andaba muy lejos. Contuve la respiración y atravesé a Elisa con mi mirada para que hiciera lo mismo. El único ruido que rompió con la aparente calma del edificio, fue el de un ascensor poniéndose en marcha. Estaba bajando. Erebus estaba bajando desde la vigésima planta. Cuando pasó de largo y descendió hacia la séptima, la sexta, la quinta, la cuarta, así hasta llegar a la planta de abajo, respiré aliviada.

-¿Se ha ido?- susurró Elisa.

-No lo sé- dije con voz firme. Notaba a Elisa temblar levemente, como un animalillo herido, congelado en mitad de un bosque, esperando a la muerte llegar. La apreté con fuerza hacia mí y le pasé la mano por el pelo.

-Lo siento- me dijo ella, con voz entrecortada-. Es todo culpa mía.

Nunca había imaginado a Elisa Tortorici desvelando su propia fragilidad de tal manera, con tal sinceridad. Puso su cabeza sobre mi hombro y la oí sollozar. Sin necesidad de saber nada más, supe que su historia era tan terrible como la mía y que no había sido casualidad que nuestros destinos se hubiesen cruzado en aquel momento, en aquella entreplanta, durante las eternas horas de aquella madrugada. Acaricié sus húmedas mejillas y levantó su cabeza tímidamente, mirándome con adoración.

-Lo siento tanto, Ofelia- volvió a repetir. Y no sé si fue para hacerla callar, para hacerla entrar en calor, o simplemente porque me sentí atraída hacia su dulzura, hacia sus labios rosados, como una gota de rocío atrae a otra gota, la besé. Primero, suavemente, apenas acariciándola con el beso. Después, a medida que sus manos sujetaban mi cuello, fuimos rompiendo el hielo, abriéndonos la una a la otra y convirtiendo aquel primer acercamiento en un incontrolable arrebato de pasión.

CAPÍTULO OCHO: CAFÉ Y BOLLERÍA

Denis me ofreció un café humeante en un vaso de cartón mientras Elisa, envuelta en una manta, hacía su declaración a otro policía.

-No te preocupes, lo cogeremos- me dijo.

Di un sorbo del café y sonreí, sin poder evitar ese ramalazo de tristeza que en ocasiones tiñe mis ojos a pesar de que intente mostrar la mejor de mis sonrisas.

-Me gustaría volver a quedar contigo, a ver si esta semana encontramos un hueco- añadió él. ¡Hombres! Un psicópata ha estado a punto de reventarte la cabeza con una vara de hierro y ellos te preguntan que qué día podrás hacer un hueco en tu agenda para echar un polvo.

-Ya te llamo yo, Denis- le dije, esperando que captara el mensaje de que no, que nunca lo volvería a hacer con él.

Llegó Martin, aparcando el coche de cualquier manera, dejándolo prácticamente sobre la acera y olvidando las llaves puestas y el motor encendido. Corrió hasta mí, como si me estuvieran dando la extrema unción y verlo hubiera sido mi último deseo antes de morir.

-¡Miss Ofelia, my dear!- dijo abrazándome sin importarle si me tiraba el café o me rompía las costillas con ello.

-¡Martin!- exclamé-. ¡Menudo susto hemos pasado! El ex de Elisa, que es un chiflado y ha venido a Nueva York a matarnos, fíjate.

-¿Y usted es…?- interrumpió Denis en calidad de policía.

-Soy Martin, el prometido de Miss Ofelia.

Miré a mi intérprete con los ojos desencajados. Esperaba que fuera un error de traducción aquella palabra. ¿Prometido? Que yo supiera no había más anillo en nuestra relación que el anillo vibrador que en ocasiones habíamos usado para estimular mi clítoris. Como si fueran los protagonistas de un documental de Félix Rodríguez de la Fuente sobre machos cabríos que luchan por una hembra despistada, Denis, sacando pecho, le dio un fuerte apretón de manos a Martin, que sacaba mandíbula hacia adelante, mantenía el rictus lo más serio posible y se preparaba para un posible encontronazo de cornamenta. Me alejé de ellos, puesto que tanta testosterona en el aire no debía ser buena para los pulmones, y acabé mi café sentada en la acera, observando cómo Elisa terminaba de contar todos los detalles sobre su lunático ex novio a la policía. Sabía que tarde o temprano ocurriría…Que me acabaría liando con otra tía porque soy lo peor. Pero siempre había imaginado que lo haría en el cuarto de una residencia de estudiantes, envueltas en una nube de marihuana, no en aquella situación que acababa de vivir más cercana al thriller que a la comedia romántica lésbica que a toda chica hétero le gustaría protagonizar al menos una vez en la vida. Quizás debido a la falta de sueño, a lo impactante de la huída o a las hormonas revolucionadas, comencé a preguntarme sobre el sentido de la vida. Así, tal y como lo estáis leyendo, queridas lectoras. Me pregunté qué sentido tenía todo lo que me estaba ocurriendo, si estaría relacionado de alguna forma con el Antisecreto y qué lección había venido a aprender a Nueva York, porque no me quedaba muy claro si era la de «Nunca te metas en el cuarto oscuro de un bar de travestis» o la de «Nunca te acuestes con el hijo de tu padrastro» o la de «Nunca te lleves bien con tu peor enemiga porque puedes acabar liándote con ella». Necesitaba una respuesta.

-Todo está escrito y muy pronto en tederás que todo, desde que naces hasta que mueres, dios quiera que sea dentro de mucho, mijita, tiene un por qué.

-¡Coño, Topacio! ¡Me vas a matar del susto! ¿Qué haces aquí?

La gitana, con la cabeza envuelta en un pañuelo de lunares, los aros de oro colgando de los dos pellejos que tenía como orejas, el vestido de volantes y la ramita de romero en la mano, me miraba con ojos dulces y sonrisa burlona. Se había sentado a mi lado sin que ni siquiera la hubiese oído llegar.

-Pasaba por aquí y pensaba que necesitabas un buen consejo. Ya has visto que yendo a lo tuyo puedes conseguir muchas cosas, pero que pensar en los demás te puede dar más satisfacciones.

-No lo pillo.

-Ahora tienes que aprender cuál es tu camino. Y para saber a dónde vas, no hay nada como saber de dónde viene una, mijita.

Miré hacia el frente. Denis y Martin seguían hablando entre ellos sin abandonar la pose de gallos de corral. Dejé el vaso de cartón vacío en el suelo.

-Quizás estés en lo cierto, Topacio.

Pero cuando me dirigí hacia ella ya no estaba, se había desvanecido como si en lugar de una gitana ladrona, fuese un espíritu, un fantasma o quién sabe, un ángel de la guarda.

-¡¡Mañana mismo voy para allá!!-gritaba mi madre una y otra vez al otro lado del teléfono.

-¿Para qué? La policía anda buscando a ese chiflado y yo me puedo defender solita, mamá.

-Pero hija…Me dejas muy preocupada. ¿Y por qué no vuelves tú a España? Que aquí trabajo no te va a faltar, y además me gustaría tanto verte…Te echo mucho de menos.

-Y yo a ti también, mami. Pero soy mayor, tengo que hacer mi vida. Ya sabes. Seguir mi destino.

-Arturo me ha preguntado por ti.

-¿Arturo?

Con tantas aventuras, se me había olvidado casi por completo la cara de mi ex-novio. Pero estaba segura de que era un panoli que me hacía infeliz.

-Sí, me preguntó por ti. Sigue vendiendo incienso por la calle, hecho un hippie, pero ya va sin la novia, han roto, que me lo han contado. Ella volvió a casa de sus padres, a la Moraleja. Es normal, una niña pija no es que aguante mucho el rollo ese de meditar y de los Merricrismas.

-Bueno mamá, ahora tengo que dejarte, que tengo algo en el horno.

Obviamente era mentira, y mi madre de sobra lo sabía porque entre muchas de las cosas que se me daban mal, estaba la cocina.

Me eché en el sofá y suspiré tan profundamente que Elisa, desde su habitación, se echó a reir. Salió en pijama, con el pelo recogido gracias un palillo de los de comer arroz en el chino, y llevando sus babuchas en forma de enormes cabezas de Hello Kitty.

-Ese suspiro es de amor.

-No estoy yo para amores- respondí refunfuñando-. En veinticuatro horas me has robado la idea de la cena de Navidad, tu ex-novio nos ha intentado matar y he tenido mi primera experiencia lésbica…Empiezo a pensar que no ha sido buena idea que vinieras a Nueva York. Y todo por culpa de…

Entonces me di cuenta de algo…¡Entendí las palabras que aquella misma mañana me había dicho Topacio! Todo por culpa de…haber despedido a Savannah…porque ésta le había pegado…porque ella se había acostado con Denis…porque lo había conocido en la cárcel…porque me había metido en un cuarto oscuro de un bar de travestis…porque me había visto muy sola en Nueva York…porque había decidido comenzar una nueva vida lejos de mi país…porque me sentía anulada por mi ex-novio…porque siempre había sido la mala…desde que rompí aquella cristalera en el colegio…desde que me sentía diferente…desde que mi familia era diferente a las demás…desde que…Intenté no pensar en ello. ¿Estaba todo escrito? ¿La primera paliza que me dio mi padre era parte de una historia ya escrita? ¿A dónde quería llevarme el destino? Miré a mi alrededor, en aquel momento estaba en un piso, en la Gran Manzana, con una compañera de piso que había pasado de ser mi archienemiga para convertirse en algo más que una compañera de aventuras.

-¿Qué te pasa? Estás muy seria.

-Calla- le dije-. Estoy pensando.

Elisa se sentó a mi lado, quizás demasiado cerca para ser simplemente una compañera de piso y me acarició la rodilla.

-Muchas gracias por todo- me dijo.

-De nada….Pero vaya, que pensaba que qué menos que darme una explicación o algo, ¿no? ¿A qué viene eso de tener un novio tan loco? Pensaba que tu vida era poco menos que perfecta.

Elisa negó con la cabeza varias veces, como si estuviera al borde de un ataque de epilepsia. Desde luego que era mona, pero de puertas para adentro era más rara que un perro verde.

-No, no, no…Mi vida nunca ha sido perfecta, Ofelia. Déjame que te cuente…

Y entonces, en aquel sofá de piso de alquiler, con su mano en mi rodilla y la mía enredando en su moño, me contó la historia de su vida. La historia de depresión, locura, magulladuras, jaulas y correas que ya conocéis. No me lo podía creer. Nunca habría imaginado que Elisa tenía tras de sí una historia aún más loca que la mía. Cuando acabó, entre lágrimas, contándome cómo cuando Henry le ofreció la oportunidad de venir a Nueva York, se le abrió el cielo, hizo la maleta y escapó sin más ni más, no pude evitar volver a abrazarla con fuerza ni esas ganas de besarla para calmar su dolor.

-Ofelia…- me dijo Elisa alejando su rostro del mío-. Que yo no soy lesbiana…

-Ya, ya- le contesté yo antes de besarla- Yo tampoco.

Aquella noche, los orgasmos fueron seguidos y qué verdad es aquello de que las mujeres no necesitamos hablar entre nosotras para saber dónde nos tenemos que tocar y de qué forma.

Mientras Elisa dormía abrazada a mí, yo me mantenía con los ojos abiertos como un búho, en alerta,  para que nadie molestara su sueño, para que ningún psicópata emergiera de la oscuridad para hacerle daño. ¿Era aquel mi destino? ¿Era mi camino a seguir? Como muchas mañanas tocaron a la puerta, sería Martin para desayunar con nosotras. Me levanté perezosa con el poso de la inquietud bajo mi piel. ¿Y si Martin se daba cuenta de lo que había pasado entre Elisa y yo? Le abrí intentando sonreir de la manera más natural posible pero mi magnífica actuación se vio interrumpida por un empujón que me tiró al suelo. Y tras el empujón, una patada en la cara. La sangre corrió por mi frente hasta empaparme los ojos y cegarme.

Oí como Elisa gritaba desde su habitación, golpes, pataleo y de repente, el silencio.

-¡Elisa!- grité. Y de nuevo, los pasos del asesino viniendo hacia mí. Intenté ponerme en pie en vano, perdiendo el equilibrio una y otra vez. Noté su respiración, su olor acre, tan cerca de mi cara que lo pude imaginar junto a mí, a punto de besarme en la mejilla. «Ármate de valor, Ofelia, y golpéalo con todas tus fuerzas» me dije a mí misma. Pero fue lo último en lo que pensé antes de perder la conciencia.

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¿Cómo continúa la historia? Ofelia despierta…

A. ¡Encerrada en una jaula!.
B. En su piso, pero Elisa ha desaparecido!.
C. ¡Y Elisa ha muerto!.
D. ¡Amnésica perdida!.

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