Rehab

Este país se parece en muchas cosas a EEUU. En lo que más, en su habilidad para negarle a nada ni nadie la posibilidad de cambiar y/o rehabilitarse.

Mel Gibson lleva 10 fucking años disculpándose por agarrarse el pedal de su vida y liarla parda. Haga lo que haga, siempre nos vamos a acordar de su legendaria borrachera.

En el mundo editorial es lo mismo: una revista no puede cambiar a no ser que quien vaya a manejar sus riendas sea alguien de quien seamos furibundamente fan. Nos pone más un nombre que todo el equipo de profesionales que durante años se haya batido el cobre por sacar adelante esa publicación… esa y muchas otras. «La versatilidad», bendición para las empresas y maldición para quienes poseemos esa virtud. Somos putitas editoriales, mal que nos pese.

Así, vemos que las sillas en las cabeceras se mueven tanto o más que en la dirección creativa de las casas de moda.

En realidad, ese círculo de personas que se rotan de una publicación a otra permanecen en la superficie, como el aceite en un vaso de agua. Si tienes la desgracia de haber nacido H2O, nunca pasarás arriba. Tampoco te dejarían, ni siendo la molécula más pura y perfecta. Con el paso de los años y la constatación de la realidad editorial, te das cuenta de que tampoco compensa ser aceite: el Diablo no paga bien por el precio de tu alma… Pero me estoy desviando del tema.

Hace dos días se lanzó al quiosco la nueva Cosmopolitan. Nueva no solo porque la cabecera haya cambiado de editorial, sino porque los que trabajamos en ella nos hemos propuesto dejar atrás cualquier poso machista y convertirla en lo que fue en su momento: esa primera revista que leían las mujeres jóvenes, las que habían dejado atrás Ragazza (ay) o el Nuevo Vale. Queremos hacer una publicación digna, con todo lo que eso conlleva. Y se nos han echado encima los leones.

A mí, de manera personal, me han llegado críticas por todos lados, de las que tomo buena nota, porque los errores, que los hay (demasiado poco tiempo para este número), están para resolverlos. Pero lo que más me ha sorprendido no es la crítica, sino de quién viene la crítica: de gente con la que trabajé en cabeceras idénticas de la competencia, de gente que trabajó para empresas de cosmética que utilizan a niñas de 20 para vender cremas a señoras de 50 (con los mismos titulares, por cierto) y, sobre todo, de gente que se rompe la camisa porque puedas pasar de publicaciones bien profundas y petaditas de fotos en B/N, a darlo todo en otra donde las modelos sonríen (¡sacrilegio!), se utiliza el color con alegría y se cuentan cosas que a priori a las señoras de cuarenta y muchos (como yo) nos puedan resultar una marcianada. Nos resultan ajenas por LO MISMO que a nuestras santas madres le resultaban ajenas las nuestras. Se llama diferencia generacional. De nada.

A los inquisidores les diré que no se puede leer a Kafka todo el rato, que hay personas a las que Michel Gondry siempre nos ha parecido un puto pesado (y preferimos mil veces cualquier blockbuster de esos que se olvidan al día siguiente), y que mucho de criticá, pero en cuanto ha caído un Cosmo en vuestras manos bien que os habéis hecho el test.

Personality