Días de pasarelas y moda

madrubb

Hace tiempo que me retiré del mundo de las pasarelas. Yo, que en su día fui modelo, que por mi estatura y mi complexión tuve fácil que me eligieran los diseñadores, yo, que tuve muy presente el cánon de belleza que me tocó lucir y me machaqué a dietas y spinning, hace tiempo que me retiré. Estuve a punto de dar el salto internacional definitivo, porque me sobraba actitud y lo sé, y aunque desfilé y me fotografié en Milán, Londres o Estambul me pudo más la pereza final porque tras recorrerme durante diez años España entera en avión, carretera y tren, y con apenas veinticinco años, llegó un momento en que dejó de molarme mucho el dormir en hoteles, compartir piso con adolescentes caprichosas más jóvenes que yo o soportar sola todas las tonterías de diseñadores, fotógrafos y estilistas y tener que aguantarme si o sí a lo que demandaban o querían de mi, por muy estúpido que me pareciese. Con veinticinco años me cansé de todo ello y propuse a mi misma hacer lo que me apetecía. Y entre esas cosas me apeteció mucho salir con mis amigas de toda la vida, esas a las que estaba perdiendo, estar en casa con mis padres y hermanos, dejar de sentirme todo el día enfadada… y estudiar. Suena a manido pero me apetecía mucho estudiar; Ciencias Puras y Matemáticas.

Pero que conste que tuve que desengancharme, tuve que pasar por una pequeña depresión emocional y hubo momentos en los que lo pasé mal, sobre todo en plena transición, cuando pasé que contasen conmigo para casi toda sesión de fotos o desfile a cuando empecé a decir que no a trabajos y ello provocó que cada vez me llamasen menos y menos… y menos. Porque cuando eres importante en el mundo de la moda, aunque no fui mediática como lo son otras tops españolas de mi época, (cosa de la que a día de hoy, viéndolo con perspectiva, me alegro infinito) mi cuerpo y mi cara eran muy solicitados y cuando todo el mundo cuenta contigo entre todos te crean una especie de endiosamiento que va aparejado con los piropos que te dicen agencia, diseñadores, fotógrafos, peluqueros, maquilladores o costureras y las miradas de los montadores de pasarelas y hasta de famosos, que te dicen con los ojos que eres una especie aparte y que tienes un status superior. Pues al final, por mucha cabeza fría que puedas tener no eres más que una chavala de veintipocos y te lo terminas creyendo. Y tuve mucha suerte porque siempre fui tratada con respeto profesional y jamás nadie se aprovechó de mi, ni de aquella ni de ninguna manera.

Es muy cool ver las fotos de las niñas entre desfile y desfile con los cascos puestos, leyendo un libro o con los ojos cerrados intentando dormir, pero os aseguro que de cool, no tiene nada. Es tu forma de desconectar, de desaparecer; por lo menos la mía era. No es solo soportar las interminables horas entre desfile y desfile, prueba y fitting, sesión y sesión: es la forma de aguantar el hambre atroz que tienes, era la necesidad de alejarte de tanta tontería y de tanto personaje snob. Y que conste que yo he tenido mucha suerte porque el boom de las redes sociales no me llegó de pleno y a día de hoy no tengo aún cuenta en Instagram. Tentada me siento casi cada día, pero como me retiré a tiempo me puede el sentido común más que las ganas o el recuerdo de aquellos años.

Hoy ya fuera del mundillo, sigo cuidándome, como con mucho cuidado aunque ya no hago esas dietas insoportables y he ganado algunos kilos (que se han repartido bien, gracias a Dios) de los que no me avergüenzo. Sigo haciendo deporte y hace un par de años empecé a hacer yoga. Esto del yoga me ha ayudado a entender muchas cosas de mí misma de aquella época, y me parece sorprendente cómo podía aguantarme a mi misma: será el hambre, será la tensión o el estrés, no lo sé, pero no sé cómo pude soportar estar permanentemente enfadada durante diez años de mi vida.

Empieza Cibeles, bueno, ya estamos en el ecuador, y sí, yo desfilé en Cibeles muchas veces, (todavía se llamaba Cibeles). Ya no sigo los desfile, ni para saber qué se cuece, ni por el gusanillo del recuerdo, como aquellos primeros años de mi vida post-mundo-de-la-moda. Ya no hecho de menos nada de aquello. Pero pienso en los diseñadores que desfilan, en los nuevos y en los que llevan muchos años ya en la pasarela madrileña y sobre todo en las modelos, que hoy me parece que muchas de ellas son todo menos profesionales. Y me da tristeza de todos ellos; no sé.

Yo lo que sé es que hoy estoy feliz siendo una chica normal y corriente y no cambio por nada del mundo mi vida de ahora por la que tuve cuando era una modelo reconocida a la que todo el mundo adoraba.

 

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No, no escribo yo. Este relato es fruto de la conversación con una ya ex-modelo, entre cervezas en una terraza hace unos días y aunque me ha pedido que conserve su anonimato, me ha cedido amablemente sus palabras para que cuente su experiencia. 

B.