Nunca pasa nada

editorial

Un profundo bostezo. Eso es lo máximo que consigue despertarme la moda en estos momentos. Y no es por falta de creatividad, ni de genio, ni de medios materiales para hacerlo; todo se puede hacer si hay alguien que se atreve a hacerlo. El problema es que parece que ya no queda nadie capaz de ello. Los diseñadores han pedido su valentía. Ya no sorprenden a nadie, ni siquiera a sus clientes más devotos. Porque sí, la moda es un negocio. Dibujar magníficos modelos y aplicarles colores puede sonar tentador, pero usted es un diseñador, no un pintor, ni un ilustrador. Podrá considerarse un artista, sí, puede que sí, pero el resultado de su trabajo se materializa en ropa, ropa que debe producirse, que debe venderse y que debe generar un negocio. Si esto no le gusta, busque otro empleo, pero no se autoimponga etiquetas que luego no puede cumplir.

En un intento desesperado de epatar, de ganarse una nueva oferta para protagonizar una portada, de acumular desesperadamente varios minutos de televisión en prime time, los diseñadores han vendido su ingenio al mejor postor, y lo peor de todo es que ese ha sido Lady Gaga. Hemos pasado de ver como los clásicos, esos considerados como grandes maestros, elegían a sus musas entre las mujeres más elegantes del momento -y no saben lo que me duele utilizar la palabra “elegante”, término denostado gracias a las descerebradas editoras de programas y revistas-, a ver como compiten por ganarse el favor de los estilistas de las estrellas. Plegarias que antaño se dirigían a Catherine Deneuve, hoy se hacen a la madre de Beyoncé. Y así funciona todo. Llega Slimane a Saint Laurent y se saca de la manga una colección de Topshop, y no pasa nada. Imagino al pobre Yves revolviéndose en su tumba, soñando con un futuro mejor, uno en el que su propia casa, la que él fundó, mantenga un listón digno de su creador. Aunque claro, ¿quién se fija en el corte de un vestido cuando es más fácil acompañarlo de una bufanda de lana quilométrica? ¿Entienden de dónde vienen los bostezos?

Los jóvenes diseñadores dedican miles de euros a formarse en carísimas escuelas de moda, invierten mucho tiempo confeccionando su tesis -tesis, sí; pensarán que deberían llamarse tesinas, y tienen toda la razón, pero no, se llaman tesis, vayan ustedes a saber porque-, piden dinero prestado a sus familias y amigos, tiran de conocidos para sacar adelante un proyecto que ronda por sus cabezas, lo presentan y no les va mal, entonces llega la gran multinacional y se los lleva a su megacomplejo industrial. Les quita sus diseños revolucionarios, les impone sus ideas y a copiar patrones, que el tiempo es oro. Y debemos sentirnos contentos por saber que esas mentes, al menos, se quedarán dentro del mundo de la moda, en lugar de abandonar al segundo intento, arruinados e ignorados, dispuestos a emprender una carrera mucho más productiva en el sector servicios. A ese punto de locura hemos llegado. Y como les decía, no pasa nada. Las relatoras de la moda siguen mirando hacia otro sitio, llenando sus artículos de frases vacías, tópicos manidos y repitiendo una y otra vez que “la colección se inspira en una mujer fuerte y segura de sí misma”, como si las indecisas y tímidas no pudieran vestirse como las demás. Y para colmo, contratan a Miranda Kerr como imagen de la marca, porque claro, todo el mundo sabe que no hay mujer más fuerte que Miranda…

A estas alturas, el bostezo más que producido por el aburrimiento, es de hastío y resignación. Pero no sufran, no es esto un alegato al pasado, un querer cerrar los ojos a la realidad, no, no se lleven a engaño. Todavía queda esperanza, mucha, y eso es lo que he pretendido dejar claro en mi modesta colaboración con Antonia Magazine. No me interesa la visión que se nos transmite de la moda actualmente, no necesito que nadie venga a contarme lo que mis ojos ya pueden ver, no quiero que unas chicas de provincias se retraten con sus estilismos neutros esperando que alguien las invite a una fiesta, dejemos de confundir el quedar bien con la opinión y la opinión con la noticia. Hablemos con los diseñadores y con sus clientes, veamos qué espera la sociedad de cada marca, no cortemos cabezas tan rápido, o mejor, cortemos otro tipo de cabezas e invitemos a nuestros desfiles a la gente que realmente puede adquirir nuestro producto o puede promocionarlo por el mundo. ¿De qué nos va a servir que Kim Kardashian aparezca en nuestro desfile si luego viene vestida de otra persona? Y quien dice Kim Kardashian dice… ¿el estilista de Paula Echevarría? A juzgar por lo que leo, debe ser la persona más influyente de la moda española, ¿no?

Si han llegado hasta aquí, entenderán la grandeza de Antonia Magazine -si es que en algún momento han tenido alguna duda al respecto-. Encuentren ustedes un medio donde puedan decir lo que piensan sin tener miedo al despido y entonces, seré yo el que les regalará muy gustosamente un bolso de Vuitton, o una fotografía de Pelayo autografiada, pero una de las de la época en que se fotografiaba desnudo tapándose sus vergüenzas con la mano. Y tengan en cuenta que por mucho que pueda ser objeto de críticas, por mucho que sus estilismos sean de quita y pon, por muchos odios sociales que despierte, Pelayo termina asistiendo a más desfiles y presentaciones que la mayoría de las cabezas pensantes de la moda española. Y es que una nunca está tan a gusto como en su despacho, reposando cómodamente la cabeza en su sillón de cuero y pensando si para celebrar los ciento veinte años de la revista será mejor contar con Rihanna o con Lady Gaga, porque claro, ya no quedan figuras históricas de la moda. ¿Se imaginan un Vogue con Veruschka, leyenda viva a sus más de setenta años, en portada? Yo tampoco. Y lo peor de todo es que nadie sabría quién es. Y eso es lo preocupante, aunque como ya les he dicho antes, no pasa nada. Nunca pasa nada. Demos la bienvenida a septiembre, el mes de la moda, y disfrutemos del espectáculo. ¡Felicidades queridas Antonias!

Por Carlos Primo