Navidad Fun Fun Fun que ojalá se acabe cuanto antes

Es Navidad. Y yo ya estoy cansada de la Navidad, de la familia y las sonrisas. Nunca me gustó el mes de diciembre y este año se ha convertido en un mes más difícil si cabe, no me preguntéis qué tiene de especial éste porque no lo sé; solo siento que cada año que pasa me cuesta más y se me hace más complicado fingir que nos queremos y que todo es de color. La Navidad hace tiempo que dejó de ser ese tiempo de reunión y familia. Y el concepto de reunión y familia está tan pasado ya que no se lo cree nadie. Las personas nos soportamos cada vez menos y ya no aguantamos las tonterías de los unos y los otros como antes. La familia, ese concepto inquebrantable que durante décadas nos acompañó inamovible, hoy en pleno siglo XXI tiene múltiples lecturas y formas.

Y no es de extrañar que si ha cambiado nuestra forma de entender la familia y la institución, esté cambiando la forma de entender las tradiciones que nos acompañaron durante generaciones. Me refiero a que dentro del paraguas del respeto ya no están algunos comportamientos que tradicionalmente se toleraban, ni nos unen los mismos lazos indelebles que antes. Pero no tenemos cojones para reconocerlo y aceptar que las que un día fueron tradiciones, ya son reuniones que estorban y que sacan a la luz lo peor de nosotros mismos. Por eso estos días que yo llamo de ‘amor a la fuerza’ son cada vez más difíciles para mi, al menos.

Prefiero un cumpleaños; un día en los que nos reunimos para celebrar algo tangible y no la celebración etérea de algo que no nos representa y que para ninguno tiene ya significado. Algo que celebramos por el convencionalismo social impuesto de que el amor se mide en el número de sillas que hay, lo caros que son los regalos o la cantidad de abrazos que nos damos y sobre todo, de las horas que mi madre se tira en la cocina. Mi madre, quizás la única que con verdadera nostalgia celebra año tras año la Navidad; ella que proviene de una familia tradicional, grande, llena de momentos navideños. Solo por ella siento que la Navidad merecería la pena, para que estos días sienta ese calor que en su infancia tenía del árbol en el que su familia se reunía. Por la única. Pero la Navidad en Casa Chico es un asco. ¿Y de quién es la culpa? ¿Es que es de alguien realmente?

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Escarba un poco, solo un poco y verás que con la misma facilidad que se sonríe salen todas las miserias que escondemos: la hermana egoísta que se sirve el pavo sin ofrecer a los demás, la tía divorciada que vive en una realidad paralela y cuenta historias de famosos del corazón como suyas, el primo inadaptado a la vista de los demás pero que solo es un chaval que pasa mucho de reuniones rancias, los cuñados que no se soportan y que a la más mínima se enzarzan en tiritos que avergüenzan a sus mujeres, la sobrina petarda que chatea con las amigas sin parar y el abuelo, que se escuda en su anciana edad para largarse cuanto antes de ese espectáculo dantesco al que nadie quiere mirar y que todos pretenden ver normal. Ese que todos, secretamente, detestan y odian repetir año tras año, diciembre tras diciembre, Navidad tras Navidad. Pero que nunca cambiará, porque nadie se atreve a dar el primer paso de decir en voz alta que el emperador va desnudo.

Termino con la frase con la que empieza una de mis películas preferidas de todos los tiempos, Malas Calles, de Martin Scorsese, en la voz de Charlie-Harvey Keitel: Los pecados no se redimen en la iglesia, se redimen en las calles, se redimen en casa. Lo demás, son chorradas y tu lo sabes.

 

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Photo credit: recubejim via Foter.com / CC BY-SA